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miércoles, 11 de diciembre de 2024

EL ARTE DEL KINTSUGI



El arte del Kintsugi

            Rotos, llenos de heridas que todavía se abren y sangran, nos vemos en la necesidad de atendernos y repararnos continuamente con la intención de que esas laceraciones de la piel o del alma cicatricen y sanen intentando mantenernos estables aunque estemos quebrados, porque nos han enseñado a ser fuertes y no cabe otra opción más que mantenerse firmes y enteros.

          Fisuras, grietas y fracturas capaces de fragmentarnos en mil pedazos mostrándonos nuestra fragilidad y vulnerabilidad extrema.

Si bien es cierto que una vez rotos no volvemos a ser los mismos que fuimos, tampoco podemos olvidar que hoy ya no somos la misma persona que fuimos ayer, esta mañana o hace tan solo un instante. Nuestras cicatrices cuentan historias, crean recuerdos, imprimen huellas que nos hacen mucho más valiosos y especiales. Reconocernos como imperfectos y aceptar el daño causado por los avatares de la vida nos convierte en la persona que somos en este momento, con unas experiencias particulares y un bagaje propio.

En una sociedad en la que prima lo “bello” y todo es efímero, hemos de aprender que no pasa nada por rompernos, que nuestras cicatrices no nos afean, sino que nos convierten en alguien más auténtico, más genuino, más bello si cabe. El paso de la vida va dejando una impronta sobre el cuerpo y el alma y tan solo de nosotros depende que hagamos de esa huella algo único y especial.


          ¿Has pensado alguna vez en lo perfecta que es la imperfección? Somos seres perfectamente imperfectos. Y ahí caben arañazos, heridas, fisuras y roturas varias, amén de la capacidad para restaurarnos una y otra vez.

          A veces, cuando la oscuridad te abraza convirtiéndose en la noche oscura del alma, solo a través de tus grietas se arroja nueva luz a tu ser. Por esas fisuras se cuela la luz que te alumbra y puede ser que te hayas roto por dentro tan solo para que esa luz que eres se muestre, y si la habías perdido vuelva a brillar con toda su intensidad. Convirtiéndote incluso en un faro de luz para quienes te rodean, aun sin saberlo.

         Seguramente, esa restauración de piel y alma nos transforme de forma milagrosa en una mejor versión de nosotros mismos, otorgándonos un valor incalculable.

          Existe una antigua práctica japonesa que consiste  en utilizar polvo de oro, plata o platino, mezclado con resina, para reparar objetos de cerámica, que por circunstancias se han roto dando lugar a un gran número de teselas que, como en un puzle, hay que ir colocando con delicadeza, paciencia y mucho amor para que cada una de ellas vuelva al lugar que le corresponde. El oro se usa para soldar los fragmentos de la pieza quebrada, obteniendo como resultado final una pieza diferente, pero mucho más valiosa que la original, no solo por la presencia del metal precioso, sino por lo extraordinario, único e irrepetible del objeto resultante. A esta técnica ancestral nipona se la conoce con el nombre de Kintsugi.

           

    El proceso de reparación consiste en cuatro fases:

ü 1º Limpieza meticulosa de las piezas rotas.

ü 2º Las piezas se unen entre sí utilizando una laca resistente. Mostrándonos la importancia de la paciencia y la espera, pues estas piezas no se unen de manera inmediata, requieren tiempo para ensamblarse de nuevo.

ü 3º Las grietas se rellenan con polvo de oro, plata o platino mezclado con laca.

ü 4º Una vez unida la pieza fracturada se procede al pulido de la misma. Trabajo minucioso que se lleva a cabo para resaltar los detalles dorados o metálicos.

¿Sabes por qué se convierten en piezas únicas? Porque nunca dos objetos podrían romperse de la misma manera, por tanto, el resultado final siempre será el de obras de arte singulares, extraordinarias, únicas y muy apreciadas.

La palabra “kintsugi” se escribe con el kanji 金 継 ぎ, que respectivamente significa “oro” (金) y “arreglo” (継 ぎ). Se podría traducir como “fijación de oro”, “parche dorado” o “unión con oro”. Esta técnica está muy vinculada a la filosofía japonesa del wabi-sabi, que valora la belleza de la imperfección, lo transitorio y lo incompleto.


Este arte, también llamado el “arte de la imperfección”, no solo restaura el objeto, sino que lo embellece, al poner un énfasis especial al resaltar sus grietas. El kintsugi nos invita a valorar las imperfecciones mostrándonos que aceptar las cicatrices que la vida va dibujando en nuestra piel y en nuestra alma forma parte de nuestra propia historia y nos confiere una belleza única y extraordinaria. Porque al igual que una pieza de cerámica, dos hombres aunque se rompieran por las mismas circunstancias, nunca lo harían de la misma manera. Esta filosofía de vida nos enseña tanto a aceptar aquello que nos acontece para vivir mejor, como a ser resilientes.

Aceptar no significa estar de acuerdo o vivir resignado con alguien o con alguna situación, sino ver las cosas como son, sin negarlas o distorsionar los hechos. Nos invita a liberar la resistencia y el sufrimiento asociado a la lucha, e implica también ser amables con nosotros mismos, especialmente cuando somos conscientes de haber fallado, cometido un error o no haber cumplido con nuestras propias expectativas. Recuerda que la culpa no te aporta nada positivo y flagelarte por sentir culpabilidad tampoco, si reconoces haber cometido un error con alguien o que podrías haberlo hecho mejor, asimílalo y sé lo suficientemente honesto contigo mismo y ten la humildad y el valor necesario para pedir perdón y perdonarte.

Cuando aceptamos nuestras circunstancias, el proceso que nos toca vivir, las situaciones que nos acontecen, el comportamiento o reacción de otras personas… dejamos la lucha rindiéndonos al proceso, abrazando el momento presente tal cual es. La aceptación te transforma, cuando aceptamos lo que es, dejamos de sufrir.

La aceptación es el acto consciente de permitir lo que es, sin resistirse, juzgar o desear que las circunstancias fueran diferentes. Es hacerte consciente reconociendo y abrazando la realidad tal como se presenta, con todos sus altibajos, sin luchar contra lo inevitable. Como la vida misma.

Eckhat Tolle lo define  muy bien en esta frase que reza: "La paz llega cuando aceptamos las cosas tal como son, no como deseamos que fueran."

La aceptación es un proceso que se aprende con la práctica, ya que implica cambiar nuestra relación con los pensamientos, las emociones y las circunstancias externas.

Y, ¿qué es la resiliencia? Esta palabra que se ha puesto de moda en los últimos tiempos y que escuchamos por todas partes y no sabemos muy bien qué significa:

Resiliencia: Capacidad de adaptación de un ser vivo frente a un agente perturbador o un estado o situación adversos.

Esta es una de la acepciones que nos regala el diccionario sobre la resiliencia, por tanto, una persona resiliente es aquella que a pesar de las circunstancias adversas o situaciones desagradables que pueda atravesar, posee la capacidad de enfrentarlas y superarlas con efectividad, transformando esa realidad para finalmente alcanzar sus objetivos saliendo más fortalecido de la situación, toda vez que mantiene su bienestar emocional y equilibrio mental.

          Ser resiliente no significa “ausencia de dificultades”, sino que es el arte o la habilidad de transformar esas dificultades para gestionarlas de manera constructiva y obtener un aprendizaje positivo de ellas.

          La resiliencia nos da la capacidad para ser flexibles y adaptarnos a los cambios, toda vez que se encuentran soluciones a los problemas. Si abordamos las situaciones a superar con inteligencia emocional (tenéis un artículo publicado sobre este tema en el blog), nos resultará más sencillo encontrar un enfoque positivo sin dejar de ser realistas ante la situación por la que estemos atravesando, amén de una gran confianza en nuestras habilidades y recursos para superar la susodicha situación adversa.

          La resiliencia no es una característica de algunas personas, es una habilidad que mejora con la práctica y que todos podemos adquirir y desarrollar.


El kintsugi, nos ayuda a transformar la rotura en algo único y valioso, mostrándonos así, cómo los desafíos que encontramos en nuestro día a día pueden embellecer nuestra vida y darle sentido a nuestra existencia.

Realzar nuestras heridas y cicatrices en lugar de avergonzarnos de ellas o querer ocultarlas, nos transforma y nos convierte en alguien único y especial, en nosotros mismos, en quienes realmente somos cuando nos aceptamos al 100%.

Hemos de comprender que somos parte de luz y parte de oscuridad y en esos momentos oscuros, en las heridas, en las cicatrices, en lo que nos duele, en las experiencias, en los fracasos, se encuentran nuestros aprendizajes, a su vez, no debemos olvidar que esa parte oscura nos ayuda a ver mejor la luz que somos y que iluminarla para hacerla brillar no tiene el porqué ir acompañado de sufrimiento. Sí, las transformaciones son dolorosas, pero ese dolor transformador acaba diluyéndose en nosotros quedando como parte de un proceso y un recuerdo, sin embargo el sufrimiento podría ser eterno y emponzoñarnos el alma. El sufrimiento no ayuda, no edifica, no construye, sino que nos impide ver la luz y la esperanza que está aguardando por nosotros.

De cada uno depende dejar sangrar sus heridas, o aprender de su dolor y permitir que las cicatrices te ayuden a crecer y a abrir tu consciencia. Los errores del pasado no van a desaparecer y llorarlos sólo te ayudará a desfogarte en un momento determinado, pero no aportará soluciones. Se trata por tanto, de aceptar el daño (como en la pieza de cerámica) y buscar las soluciones para soldarte de la misma manera que se suelda la pieza de la taza rota convirtiéndose en una nueva pieza.

En esta sociedad de usar y tirar, donde todo parece ser fácilmente reemplazable o sustituible, hemos olvidado el valor de la permanencia y la reparación. Preferimos descartar los objetos rotos o desgastados sustituyéndolos por otros sin pensar en su historia.

Esta mentalidad de sustitución rápida se refleja en la cantidad de basura que generamos, acumulando desechos que se convierten en una huella de nuestro consumismo. Sin embargo, el arte del kintsugi nos recuerda que la belleza y el valor no están en la perfección, sino en las cicatrices que se obtienen a través del tiempo. Cada grieta, lejos de ser un defecto, es una parte esencial de la historia de un objeto, y con el kintsugi, se celebran esas imperfecciones. En un mundo donde todo es desechable, este arte nos invita a valorar lo que se puede reparar, lo que tiene historia, y a encontrar belleza en la fragilidad y la resistencia.

Nunca olvides que tú también puedes repararte y que tus quiebres, heridas e imperfecciones son precisamente la historia que viniste a vivir para tu aprendizaje y evolución como alma.

Deseo que tu paseo por esta vida de perfecta imperfección esté lleno de alegría y sepas encontrar la felicidad en cada momento.

©Paqui Sánchez

Paqui Sánchez

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