El arte del Kintsugi
Rotos, llenos de heridas que todavía se
abren y sangran, nos vemos en la necesidad de atendernos y repararnos
continuamente con la intención de que esas laceraciones de la piel o del alma
cicatricen y sanen intentando mantenernos estables aunque estemos quebrados,
porque nos han enseñado a ser fuertes y no cabe otra opción más que mantenerse
firmes y enteros.
Fisuras, grietas y fracturas capaces
de fragmentarnos en mil pedazos mostrándonos nuestra fragilidad y
vulnerabilidad extrema.
Si
bien es cierto que una vez rotos no volvemos a ser los mismos que fuimos,
tampoco podemos olvidar que hoy ya no somos la misma persona que fuimos ayer,
esta mañana o hace tan solo un instante. Nuestras cicatrices cuentan historias,
crean recuerdos, imprimen huellas que nos hacen mucho más valiosos y
especiales. Reconocernos como imperfectos y aceptar el daño causado por los
avatares de la vida nos convierte en la persona que somos en este momento, con
unas experiencias particulares y un bagaje propio.
En una sociedad en la que prima lo “bello” y todo es efímero, hemos de aprender que no pasa nada por rompernos, que nuestras cicatrices no nos afean, sino que nos convierten en alguien más auténtico, más genuino, más bello si cabe. El paso de la vida va dejando una impronta sobre el cuerpo y el alma y tan solo de nosotros depende que hagamos de esa huella algo único y especial.
¿Has pensado alguna vez en lo perfecta
que es la imperfección? Somos seres perfectamente imperfectos. Y ahí caben arañazos,
heridas, fisuras y roturas varias, amén de la capacidad para restaurarnos una y
otra vez.
A veces, cuando la oscuridad te abraza
convirtiéndose en la noche oscura del alma, solo a través de tus grietas se arroja
nueva luz a tu ser. Por esas fisuras se cuela la luz que te alumbra y puede ser
que te hayas roto por dentro tan solo para que esa luz que eres se muestre, y
si la habías perdido vuelva a brillar con toda su intensidad. Convirtiéndote
incluso en un faro de luz para quienes te rodean, aun sin saberlo.
Seguramente, esa restauración de piel
y alma nos transforme de forma milagrosa en una mejor versión de nosotros
mismos, otorgándonos un valor incalculable.
Existe una antigua práctica japonesa
que consiste en utilizar polvo de oro,
plata o platino, mezclado con resina, para reparar objetos de cerámica, que por
circunstancias se han roto dando lugar a un gran número de teselas que, como en
un puzle, hay que ir colocando con delicadeza, paciencia y mucho amor para que
cada una de ellas vuelva al lugar que le corresponde. El oro se usa para soldar
los fragmentos de la pieza quebrada, obteniendo como resultado final una pieza diferente,
pero mucho más valiosa que la original, no solo por la presencia del metal
precioso, sino por lo extraordinario, único e irrepetible del objeto resultante.
A esta técnica ancestral nipona se la conoce con el nombre de Kintsugi.
El proceso de reparación consiste en
cuatro fases:
ü 1º Limpieza meticulosa de las piezas
rotas.
ü 2º Las piezas se unen entre sí utilizando
una laca resistente. Mostrándonos la importancia de la paciencia y la espera,
pues estas piezas no se unen de manera inmediata, requieren tiempo para ensamblarse
de nuevo.
ü 3º Las grietas se rellenan con polvo de
oro, plata o platino mezclado con laca.
ü 4º Una vez unida la pieza fracturada se
procede al pulido de la misma. Trabajo minucioso que se lleva a cabo para
resaltar los detalles dorados o metálicos.
¿Sabes
por qué se convierten en piezas únicas? Porque nunca dos objetos podrían
romperse de la misma manera, por tanto, el resultado final siempre será el de
obras de arte singulares, extraordinarias, únicas y muy apreciadas.
La
palabra “kintsugi” se escribe con el kanji 金 継 ぎ, que respectivamente significa
“oro” (金) y “arreglo” (継 ぎ). Se podría traducir como “fijación de oro”, “parche
dorado” o “unión con oro”. Esta técnica está muy vinculada a la filosofía
japonesa del wabi-sabi, que valora la belleza de la imperfección, lo
transitorio y lo incompleto.
Este
arte, también llamado el “arte de la imperfección”, no solo restaura el objeto,
sino que lo embellece, al poner un énfasis especial al resaltar sus grietas. El
kintsugi nos invita a valorar las imperfecciones mostrándonos que aceptar las
cicatrices que la vida va dibujando en nuestra piel y en nuestra alma forma
parte de nuestra propia historia y nos confiere una belleza única y
extraordinaria. Porque al igual que una pieza de cerámica, dos hombres aunque
se rompieran por las mismas circunstancias, nunca lo harían de la misma manera.
Esta filosofía de vida nos enseña tanto a aceptar aquello que nos acontece
para vivir mejor, como a ser resilientes.
Aceptar
no significa estar de acuerdo o vivir resignado con alguien o con alguna
situación, sino ver las cosas como son, sin negarlas o distorsionar los hechos.
Nos invita a liberar la resistencia y el sufrimiento asociado a la lucha, e
implica también ser amables con nosotros mismos, especialmente cuando somos
conscientes de haber fallado, cometido un error o no haber cumplido con
nuestras propias expectativas. Recuerda que la culpa no te aporta nada positivo
y flagelarte por sentir culpabilidad tampoco, si reconoces haber cometido un
error con alguien o que podrías haberlo hecho mejor, asimílalo y sé lo
suficientemente honesto contigo mismo y ten la humildad y el valor necesario para
pedir perdón y perdonarte.
Cuando
aceptamos nuestras circunstancias, el proceso que nos toca vivir, las
situaciones que nos acontecen, el comportamiento o reacción de otras personas…
dejamos la lucha rindiéndonos al proceso, abrazando el momento presente tal
cual es. La aceptación te transforma, cuando aceptamos lo que es, dejamos de
sufrir.
La
aceptación es el acto consciente de permitir lo que es, sin resistirse, juzgar
o desear que las circunstancias fueran diferentes. Es hacerte consciente
reconociendo y abrazando la realidad tal como se presenta, con todos sus
altibajos, sin luchar contra lo inevitable. Como la vida misma.
Eckhat
Tolle lo define muy bien en esta frase
que reza: "La
paz llega cuando aceptamos las cosas tal como son, no como deseamos que
fueran."
La
aceptación es un proceso que se aprende con la práctica, ya que implica cambiar
nuestra relación con los pensamientos, las emociones y las circunstancias
externas.
Y,
¿qué es la resiliencia? Esta palabra que se ha puesto de moda en los últimos tiempos
y que escuchamos por todas partes y no sabemos muy bien qué significa:
Resiliencia: Capacidad de adaptación de un
ser vivo frente a un agente perturbador o un estado o situación adversos.
Esta
es una de la acepciones que nos regala el diccionario sobre la resiliencia, por
tanto, una persona resiliente es aquella que a pesar de las circunstancias
adversas o situaciones desagradables que pueda atravesar, posee la capacidad de
enfrentarlas y superarlas con efectividad, transformando esa realidad para
finalmente alcanzar sus objetivos saliendo más fortalecido de la situación,
toda vez que mantiene su bienestar emocional y equilibrio mental.
Ser resiliente no significa “ausencia
de dificultades”, sino que es el arte o la habilidad de transformar esas
dificultades para gestionarlas de manera constructiva y obtener un aprendizaje positivo
de ellas.
La resiliencia nos da la capacidad
para ser flexibles y adaptarnos a los cambios, toda vez que se encuentran
soluciones a los problemas. Si abordamos las situaciones a superar con
inteligencia emocional (tenéis un artículo publicado sobre este tema en el
blog), nos resultará más sencillo encontrar un enfoque positivo sin dejar de
ser realistas ante la situación por la que estemos atravesando, amén de una
gran confianza en nuestras habilidades y recursos para superar la susodicha
situación adversa.
La resiliencia no es una
característica de algunas personas, es una habilidad que mejora con la práctica
y que todos podemos adquirir y desarrollar.
El
kintsugi, nos ayuda a transformar la rotura en algo único y valioso,
mostrándonos así, cómo los desafíos que encontramos en nuestro día a día pueden
embellecer nuestra vida y darle sentido a nuestra existencia.
Realzar
nuestras heridas y cicatrices en lugar de avergonzarnos de ellas o querer
ocultarlas, nos transforma y nos convierte en alguien único y especial, en
nosotros mismos, en quienes realmente somos cuando nos aceptamos al 100%.
Hemos
de comprender que somos parte de luz y parte de oscuridad y en esos momentos
oscuros, en las heridas, en las cicatrices, en lo que nos duele, en las experiencias,
en los fracasos, se encuentran nuestros aprendizajes, a su vez, no debemos
olvidar que esa parte oscura nos ayuda a ver mejor la luz que somos y que iluminarla
para hacerla brillar no tiene el porqué ir acompañado de sufrimiento. Sí, las
transformaciones son dolorosas, pero ese dolor transformador acaba diluyéndose
en nosotros quedando como parte de un proceso y un recuerdo, sin embargo el
sufrimiento podría ser eterno y emponzoñarnos el alma. El sufrimiento no ayuda,
no edifica, no construye, sino que nos impide ver la luz y la esperanza que
está aguardando por nosotros.
De
cada uno depende dejar sangrar sus heridas, o aprender de su dolor y permitir
que las cicatrices te ayuden a crecer y a abrir tu consciencia. Los errores del
pasado no van a desaparecer y llorarlos sólo te ayudará a desfogarte en un
momento determinado, pero no aportará soluciones. Se trata por tanto, de
aceptar el daño (como en la pieza de cerámica) y buscar las soluciones para
soldarte de la misma manera que se suelda la pieza de la taza rota
convirtiéndose en una nueva pieza.
En
esta sociedad de usar y tirar, donde todo parece ser fácilmente reemplazable o
sustituible, hemos olvidado el valor de la permanencia y la reparación. Preferimos
descartar los objetos rotos o desgastados sustituyéndolos por otros sin pensar
en su historia.
Esta
mentalidad de sustitución rápida se refleja en la cantidad de basura que
generamos, acumulando desechos que se convierten en una huella de nuestro
consumismo. Sin embargo, el arte del kintsugi nos recuerda que la
belleza y el valor no están en la perfección, sino en las cicatrices que se
obtienen a través del tiempo. Cada grieta, lejos de ser un defecto, es una
parte esencial de la historia de un objeto, y con el kintsugi, se celebran esas
imperfecciones. En un mundo donde todo es desechable, este arte nos invita a
valorar lo que se puede reparar, lo que tiene historia, y a encontrar belleza
en la fragilidad y la resistencia.
Nunca
olvides que tú también puedes repararte y que tus quiebres, heridas e
imperfecciones son precisamente la historia que viniste a vivir para tu
aprendizaje y evolución como alma.
Deseo
que tu paseo por esta vida de perfecta imperfección esté lleno de alegría y
sepas encontrar la felicidad en cada momento.
©Paqui Sánchez
Paqui Sánchez
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