Chat gratis

Gracias por estar aquí

Somos puentes de Luz que unen la Tierra con el Cielo

Somos puentes de Luz que unen la Tierra con el Cielo

miércoles, 31 de agosto de 2022

EMOCIONES E INTELIGENCIA EMOCIONAL

 


Emociones e Inteligencia Emocional

¿Qué son las emociones?

Las emociones son reacciones psicofisiológicas que experimentamos como individuos ante determinados estímulos  externos o internos (un objeto, una persona, un lugar, un suceso, un recuerdo, un pensamiento o una vivencia). Se producen como respuesta a un proceso perceptivo al que le sigue una valoración. El resultado es una reacción neuropsicológica, comportamental o cognitiva. Es una reacción subjetiva con la que pueden aparecer cambios orgánicos (fisiológicos y endocrinos) de origen innato.

Aunque pudiera parecer lo mismo, existe una diferencia entre emoción y sentimiento. Las emociones son las reacciones neurofisiológicas desencadenadas por un estímulo interno o externo, como ya hemos explicado, y que cuenta con tan solo unos segundos de duración. Sin embargo, el sentimiento es la autopercepción de una determinada emoción, es la expresión subjetiva de las emociones. Mientras que las emociones se producen de manera inconsciente, los sentimientos son la forma consciente de las emociones, tienen un componente más racional y tienen mayor duración.

En los años 70, el psicólogo estadounidense Paul Ekman identificó seis emociones básicas o primarias que, según él, se experimentan de forma universal en todas las culturas humanas. Debido a ello concluyó que habrían de ser importantes para la construcción del psiquismo en los humanos. En su observación, asoció las emociones a distintas expresiones faciales que, bajo su punto de vista, son involuntarias, inconscientes y universales, apuntando así a un origen biológico de las mismas. Esta misma hipótesis del origen biológico de las emociones frente al origen cultural de las mismas apoyado por algunos antropólogos como es el caso de Margaret Mead, ya la sostenía Charles Darwin en el siglo XIX, Darwin fue asimismo el primer científico en apuntar el origen genético de las emociones estudiado en los animales.

Ekman concluye que todos experimentamos las mismas emociones, pero lo haceos de manera distinta. Remarca que la respuesta que cada uno dé a esa emoción y el cómo la viva, es lo que marca la diferencia de actitud entre las personas.



Ekman estableció seis categorías básicas de emociones, la combinación de las mismas da lugar a varias categorías más. Para él las emociones son una activación del cuerpo a modo de preparación para luchar contra una situación amenazante o huir de ella.

    MIEDO. Sensación de angustia ante la precepción de una amenaza o peligro que produce ansiedad, incertidumbre, inseguridad. Está asociado a la supervivencia y puede ser real o estar o inducido por la imaginación o la mente.

El miedo hace que se tienda hacia la protección.

    SORPRESA. Sobresalto, asombro, desconcierto. Es una reacción causada por algo imprevisto, extraño, inesperado, desconocido o novedoso. Dura muy poco y sirve para orientarnos.

Aporta orientación hacia la nueva situación.

    ASCO O AVERSIÓN. Disgusto, asco, solemos alejarnos del objeto que nos produce aversión. Genera una respuesta de rechazo y puede estar asociada a los sentidos, sobre todo del olfato y el gusto.

Produce rechazo hacia lo que tenemos delante.

    IRA. Rabia, enojo, resentimiento, furia, irritabilidad. Aparece ante situaciones aversivas o cuando hay frustración porque las cosas no salen como queremos.

Nos induce a la destrucción.

    ALEGRÍA. Diversión, euforia, gratificación. Aporta una sensación de bienestar, de seguridad. Se da cuando se consigue o alcanza algo que la persona considera positivo.

Nos motiva a reproducir ese suceso que nos hace sentir bien.

    TRISTEZA. Pena, soledad, pesimismo. Se produce un decaimiento del estado del ánimo de la persona ante una pérdida, una decepción, un desengaño o un fracaso.

Motiva hacia una reintegración personal, la búsqueda de soledad o por el contrario de compañía que consuele.

 


          ¿Qué es la Inteligencia Emocional?

          La Inteligencia Emocional se podría definir como la capacidad que tiene el ser humano para controlar y gestionar positivamente sus emociones con el fin de vivir más plenamente, interactuando con el mundo de forma receptiva y adecuada.

Daniel Goleman la define como el conjunto de habilidades que sirven para expresar y controlar los sentimientos de la manera más adecuada en el terreno personal y social. Incluye, por tanto, un buen manejo de los sentimientos, motivación, perseverancia, empatía y agilidad mental. Justo las cualidades que configuran un carácter con una buena adaptación social.

Según he encontrado por la web, las características básicas y propias de la persona emocionalmente inteligente serían las siguientes:

    Autoconocimiento.

    Poseer suficiente grado de autoestima.

    Ser positiva.

    Saber dar y recibir en equilibrio.

    Ser empática (comprender los sentimientos de los otros).

    Reconocer los propios sentimientos sin huir de ellos.

    Ser capaz de expresar tanto los sentimientos positivos como los negativos.

    Ser capaz de gestionar los sentimientos de manera adecuada.

    Sentir motivación, ilusión e interés.

    Tener valores alternativos.

    Saber superar las dificultades y las frustraciones.

    Encontrar equilibrio entre exigencia y tolerancia.

    Ser resiliente.

          La resiliencia es la capacidad que tiene una persona de adaptarse y responder de manera positiva ante la adversidad, un trauma, una tragedia, una amenaza, problemas familiares, de salud, financieros, etc.

          ¿Cómo podemos ser resilientes?

1.     Tratando de no ver las crisis o los acontecimientos negativos como problemas insuperables.

2.    No resistiéndonos a los cambios, sino más bien enfocarlos como parte de la vida y adaptarnos a ellos de la manera más sencilla y flexible posible. Se dice que no es más inteligente el que más sabe, sino el que menos tarda en adaptarse a los cambios.

3.     Centrándonos en lo positivo de todo cuanto nos acontece.

4.    Potenciando así la autoestima para disfrutar de una salud mental sana.

5.    Fomentando el auto conocimiento y el auto descubrimiento.

6.     No huyendo de las emociones y los sentimientos que éstas nos provoquen.

7.    Fijado ciertos objetivos positivos para nuestra vida y enfocarnos en ellos con decisión.



Después de la teoría, me he ayudado de diversos artículos que he encontrado en la web sobre emociones e Inteligencia Emocional para desarrollar la primera parte de este artículo, vamos a pasar ahora a la parte más práctica.

¿Qué tenemos que hacer para reconocer nuestras emociones y aprender a gestionarlas de manera óptima para facilitarnos el día a día en nuestra vida?

Cuando me documentaba para escribir este artículo, me he encontrado con algunos escritos donde tienden a dividir, separar o calificar las emociones en positivas y negativas, saludables y no saludables, agradables y desagradables... A mi entender, creo que ha llegado el momento de obviar este tipo de etiquetas. Como bien decía Shakespeare: “lo que sucede conviene”, es decir, todo lo que nos pasa lo hace por alguna razón, si queremos enfocarnos en lo negativo podemos hacerlo y seguir sufriendo. Sin embargo, considero que podemos transformar ese pensamiento en algo más positivo, todo lo que nos sucede nos enriquece. Nada es ni bueno ni malo si sabemos gestionarlo bien y quedarnos con la parte positiva que nos aporta y el aprendizaje que nos brinda cada experiencia.

Partiendo de esta base, ¿qué hacer cuando sentimos una emoción? La tendencia prístina del ser humano es huir de aquello que lo saca de su zona de confort desde donde cree tenerlo todo bajo control. Cuando algo nos hace sentir, nos pone en alerta y, o bien solemos “eludirlo” y hacer como si nada hubiera pasado, o bien echamos la culpa al otro para no hacernos responsables de nuestros propios sentimientos; así no tenemos que reconocerlos como nuestros y seguiremos responsabilizando a los demás de aquello que nos ocurre y nos vemos incapaces de asumir por nosotros mismos.

Con estas dos actitudes, nunca vamos a cultivar una salud mental “sana”, ni a ser emocionalmente inteligentes, ni a coger las riendas de nuestra propia vida y vivir esta experiencia humana con la que hemos sido obsequiados como humanos.

Querer huir para no sentir dolor o sufrir, para no enfrentarnos a nuestros miedos, para no tener el valor de mirarnos, observarnos y conocernos, para eludir tomar decisiones para nuestra vida, no es ninguna solución. Entonces, si decidimos hacernos cargo de nuestra propia vida y dejar de huir, ¿qué hacemos?, ¿cómo lo hacemos?

Mirándonos, observándonos, aceptando, perdonando y agradeciendo. Siendo honestos con nosotros mismos y con los demás.

Es perentorio poner la mirada en nosotros mismos sin más dilación. Observar qué sentimos en el momento que algo nos ocurre, sin juzgarlo, sin etiquetarlo, sin ningún tipo de perjuicio, aceptándolo. Observar qué o cómo nos hace sentir aquello que nos ha sucedido y rendirnos a vivir lo que sea que sintamos en ese momento, la alegría, la rabia, la sorpresa, la repulsión, el miedo, la tristeza. Vivir esa emoción sin querer maquillarla, desvirtuarla o camuflarla, siendo honestos con nosotros mismos para descubrir qué hay detrás de esa emoción, qué esconde ese miedo, esa tristeza, esa rabia, etc. y poder llegar así más allá de lo que nunca hemos querido llegar. En lugar de rechazar el sentimiento que esa emoción nos provoca, lo abrazamos y agradecemos, dándole la bienvenida por la enseñanza que va a mostrarnos y la luz que va a aportar a nuestra ignorancia. Nos daremos cuenta que eso que vamos a descubrir detrás del miedo, la rabia o la tristeza, está sustentado por nuestros pensamientos, esos pensamientos que creamos al haber vivido una experiencia similar, o por pensamientos heredados y sostenidos en nuestras creencias, cultura, patrones limitantes y repetitivos que nos tienen atrapados. Es por todo ello que debemos recordar en este momento que nuestros pensamientos no son lo que somos, no nos definen y que esa alquimia de la autotransformación se logra cuando dejamos ir esos pensamientos limitantes y obsoletos que nos dañan y nos atrevemos a abrir la mente a pensamientos nuevos que nos ayuden a transformarnos desde el corazón.

Por supuesto que muchos procesos de los que vamos a vivir van a traer dolor, pero es necesario aceptar y pasar por ese dolor para aprender a amarlo y, como buenos alquimistas que somos, abrazarlo y transformarlo en amor.


Es momento de abrazar aquello que sentimos aunque no nos guste, sobre todo si no nos gusta; de darle amor, de no esconderlo debajo de la alfombra para que desaparezca de nuestra vista y de nuestra vida y así podamos seguir engañándonos a nosotros mismos como si no existiera. Aquello de lo que huimos nos persigue y va con nosotros donde quiera que vayamos. Si seguimos huyendo, seguirán llegando a nuestra vida situaciones parecidas a las que intentamos evitar donde tengamos la sensación de “estar repitiendo la misma película o la misma escena”, quizá con otros personajes y situaciones, pero al fin y al cabo la misma experiencia. Y estas situaciones llegarán una y otra vez hasta que decidamos hacernos conscientes de que no hay culpables de lo que nos ocurre fuera, que la responsabilidad de vivir nuestra propia vida es nuestra y de nadie más y que el trabajo está en nosotros y es interno.

Repito de nuevo, mirarnos desde el respeto y la aceptación, observarnos con atención plena para saber qué está pasando con nosotros y aprender a conocernos. Aceptar aquello que sentimos, aunque no nos guste, sin necesidad de huir de ello, con honestidad, porque si no somos honestos, nos estamos engañando a nosotros mismos. Hacemos un pequeño inciso aquí para recordar que no es lo mismo aceptación que resignación. Aceptar te invita a cambiar, a moverte, a crear objetivos nuevos. Sin embargo, el resignarse implica no hacer nada para cambiar lo que nos está pasando. Mucho Perdón, muchos de nuestros procesos necesitarán grandes dosis de perdón por nuestra parte, perdón hacia los demás por haberlos visto como una amenaza en lugar de como maestros que venían a enseñarnos algunas lecciones que necesitábamos aprender, perdón por culparlos de las desgracias que nos pasan, en lugar de asumir la responsabilidad hacia nosotros mismos y nuestras propias vidas. Sobre todo, perdón hacia nosotros mismos, por castigarnos, por la culpa que nos hemos echado sobre las espaldas, por no habernos amado, ni aceptado, ni respetado en muchas ocasiones, por habernos herido, por el dolor desgarrador con el que hemos vivido algunas de nuestras experiencias, por aferrarnos al sufrimiento hasta el punto de no saber vivir sin él… Concluimos con el agradecimiento, cuando lo llevamos todo al filtro del agradecimiento, nos acercamos cada vez más al amor. Agradecimiento por cada experiencia que nos enseña a ser más humanos y a vivir la experiencia humana propia, no la de los demás, sino la nuestra.

Para terminar, quisiera recordar la famosa frase de Pitágoras: “Educad a los niños y no tendréis que castigar a los hombres”.

Estimo que podemos adaptarla perfectamente al tema que nos ocupa hoy. Si enseñamos a nuestros niños a vivir sus emociones sin disfrazarlas, sin esconderlas, sin querer camuflarlas o cambiarlas. Si educamos a nuestros hijos para que sepan poner nombre a lo que sienten y les enseñamos a gestionar aquello que sienten desde pequeños, con aceptación, con empatía, con entendimiento y afecto, haciéndoles entender que sientan lo que sientan está bien, que es perfecto y que tienen derecho a sentir dolor, frustración, enfado, tristeza y a expresarlo llorando o de cualquier otra manera que sea constructiva, del mismo modo que a sentir alegría, felicidad y euforia y expresarla riendo o de cualquier otra forma que sea constructiva; estaremos fomentando el desarrollo de la Inteligencia Emocional y creando adultos con una salud mental óptima que sabrán gestionar sus emociones de forma positiva y constructiva y por ende, a hacerse cargo de sus vidas teniendo el control de aquello que sienten sin necesidad de culpar a nadie por lo que les pase. Asumiendo la vida y asumiéndose así mismos.

Recordémonos que aunque en este momento muchos de los que estamos leyendo este artículo somos adultos, dentro de nosotros sigue habiendo un niño al que podemos reeducar de nuevo para ser adultos mentalmente sanos, conscientes y decididos a vivir esta experiencia humana implicándonos al 100% en ella.

Cuando no permitimos que las emociones sean y se expresen de la manera adecuada y las intentamos relegar al fondo de un pozo sin fondo para no sentir y evitar así el sufrimiento, lo que realmente estamos haciendo es crear un caldo de cultivo que tomará forma de monstruo dentro de nosotros emergiendo en el momento menos oportuno y de la manera menos adecuada y descontrolada cuando menos lo esperemos. Para que esto no ocurra, urge aprender a conectarse con las emociones, sentirlas sin rechazo, abrazarlas y vivirlas del modo en el que se presenten a la vez que hemos de seguir indagando en nosotros mismos para descubrir lo que hay detrás de cada estado de ánimo.

Gracias por acompañarme hasta aquí.

Gracias por las imágenes.

©Paqui Sánchez


©Paqui Sánchez