La Mujer Masai
Viajé a Kenya, con ganas de ver el gran parque de
Masai Mara, con todos sus animales salvajes, las manadas de ñus y los
elefantes, el galope de las jirafas y los antílopes, el refugio de los
leones...
Encontré una cabeza muy bonita, llena de adornos en
las orejas y en el cuello, aunque con muy poco pelo, de una mujer que
pertenecía a la tribu de los masai, y allí me quedé. Vivía en una choza
construida con excrementos de vaca y de paja, y en las noches frías encendían
una hoguera.
Su marido, un guerrero masai, había vuelto de la
guerra. Volvió, sano y salvo, al poblado donde vivía con su mujer. Antes de su
partida, la amaba mucho, pero la guerra le había cambiado. Los horrores que
había visto lo habían convertido en un hombre triste y amargado. Su mujer solía
llorar desconsolada, porque ya ni siquiera la miraba, casi ni le hablaba, le
resultaba completamente indiferente. Solo tenía para ella gruñidos y gestos
bruscos. Pero la mujer seguía amándolo, y, desesperada, un día fue en busca de
un adivino.
- ¿Qué debo
hacer para recuperar el amor de mi marido? – le preguntó al adivino, después de
contarle su problema.
- El mago
inclinó la cabeza y meditó largo rato. Por fin, levantó la cabeza y dijo:
- Tu problema
es muy difícil. Dame un día para consultar mis sabios libros y vuelve
mañana. Entonces, te diré lo que debes hacer.
Al día
siguiente, la mujer se presentó ante el sabio y este le dijo:
No conseguirás recuperar el amor de tu marido
hasta que no hayas conseguido rizar los bigotes del león Narok.
- ¡Pero
qué dices! – exclamó la mujer asustada, pues el león era terriblemente feroz y
había devorado a varios valientes guerreros que habían atrevido a enfrentarse
con él.
- Así es como
se ha pronunciado la magia – contestó el adivino.
La mujer se
puso muy triste al pensar lo terrible y difícil que iba a ser recuperar el amor
de su marido. Pero no se desanimó. Volvió a su casa, mató un cabrito y fue a
dejarlo al lugar donde sabía que el león dormitaba por las tardes. Se quedó por
allí y desde lejos vio llegar al león y comerse con voracidad al cabrito.
Al día
siguiente hizo lo mismo, pero se acercó un poco más. El tercer día, el león,
harto, se comió su cabrito, mientras la mujer lo contemplaba ya muy cerca. El
león movió la cola y se marchó.
El cuarto día,
el león se acercó al cabrito preparado, se sentó meneando la cola, lamió aquel
sabroso manjar y se lo comió rugiendo de placer mientras miraba a aquella mujer
que se lo había llevado y que estaba justo al lado.
El quinto día, se echó a los pies de la mujer que
tenía el cabrito preparado en sus manos, y ello se lo fue dando pedazo a
pedazo. Después de comérselos todos, el león bajó la cabeza y la apoyó en las
rodillas de la mujer que se había sentado. Ella le acarició la melena y estuvo
jugueteando con sus bigotes hasta que consiguió rizárselos.
Al día siguiente, se presentó ante el mago y le contó
lo sucedido. Este le contestó:
- Mujer, ni yo ni nadie puede ayudarte. Después de lo
que has conseguido, recuperar el amor de tu marido es lo menos que puedes
conseguir. El empeño y la fortaleza que has mostrado es algo mucho más
importante que te acompañará siempre toda la vida.
Cuando regresó a su casa, se sentía tan fuerte y
tan segura de sí misma que no solo consiguió de nuevo que su marido la
adorase, sino que su hazaña se corrió voz en voz, hasta convertirla en una
leyenda. Todo el mundo viajaba de pueblo en pueblo para que le contagiase un
poco de sabiduría y fuerza.
Con la muerte del anciano adivino, se convirtió en la
nueva sabia de su tribu y a lo largo de su vida, sólo proclamó una idea entre
sus gentes, que dicha de sus labios se convertía en mágica:
Busca en tu corazón un amor tan grande que te haga
buscar un león para rizarle los bigotes. Esa es tu gran motivación y la fuerza
que te impulsará en tu vida.
©Ahava Iesu
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