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Somos puentes de Luz que unen la Tierra con el Cielo

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jueves, 3 de octubre de 2013

EL EQUINOCCIO DE OTOÑO

 Perdonar, Liberar y Soltar…
La nueva melodía de la estación otoñal
          
Desde hace unos días observo, en el corto paseo que me conduce al colegio de mis hijos, que los arbolitos que hay en la calle lloran, o quizá deba decir, que entre estornudos se renuevan dejando caer aquello que ya no les sirve, preparándose para la nueva estación que ya llega.

Esta mañana precisamente hacía un poquito de viento y yo pasaba justo por debajo de uno de ellos cuando una cascada de hojas voló hacia mí esparciendo sus variopintos colores y acariciándome con suavidad la piel en su precipitar hacia el suelo, hacia el vacío, hacia lo nuevo. Sentí una gran alegría, “el otoño está aquí”, me dije con una sonrisa dibujada en el rostro.

Hace unos años, la llegada del otoño suponía sumirme en una gran tristeza porque la veía falta de luz y color. Así lo vivía yo, todo lo contrario a lo que siento ahora. Os cuento este pequeño detalle, porque para mí es muy relevante, me muestra todo lo que he ido cambiando a lo largo del espacio y el tiempo. Dejando luchas, abandonado peleas, contiendas y guerras… con el afán de conseguir un mundo mejor. Un día cambié la mirada, dejé a la “guerrera” en reposo y descubrí que desde la paz, la tranquilidad y el sosiego, era más fácil trabajar en el amor para conseguir esa transformación interior, ese cambio interno para que el mundo a mi alrededor también pudiera cambiar y convertirlo así, en ese lugar mágico donde a mí me gusta vivir. La conquista de uno mismo es algo que lleva “casi” toda la vida (en ocasiones muchas vidas), hay quienes lo consiguen antes y quienes tardan un poquito más, y en eso estamos, en esa conquista interna, buscando siempre el equilibrio desde dentro para que éste se manifieste en todas las cosas externas que nos rodean.

Y sé conscientemente que el mundo que yo construya será, no sólo el que mis hijos heredarán, sino en el que viven cada día. Es por ello que pongo y pondré todo mi empeño en ofrecer y dejar lo mejor de mí en cada acto que realice en la Tierra, tal vez no siempre lo consiga, yo también estoy aquí aprendiendo, pero procuraré siempre que así sea.
 


Una vez más doy las gracias a la Madre Tierra que tanto me enseña, que tanto me cuida y me protege. Agradezco hoy especialmente al hermano árbol que es para mí un ejemplo de quietud y sabiduría, ellos llegaron mucho antes que nosotros y simplemente por eso son unos de nuestros más sagrados maestros aquí en la Tierra. Los admiro por lo que son y lo que representan. En realidad todos somos de algún modo árboles humanos que, cuando llega el momento, debemos dejar volar nuestras hojas en libertad, compartir nuestros frutos con alegría y amor para que la cosecha no se malogre. Esparcir nuestras semillas para que nuestra obra continúe y, respetar y honrar nuestras raíces; manteniendo siempre los buenos principios y permitiendo que precipite todo aquello que ya no sirve, que es caduco, y que no tiene sentido que permanezca con nosotros, honrándolo siempre por la labor que tuvo y el servicio que nos prestó en su día. Sin retener nada, con sabiduría, con entrega, con abandono y con una gran confianza, ya que como hoja que se suelta de su peciolo, sabremos hallar nuestro lugar, dejándonos mecer y acariciar por la sabia danza del viento, en una coreografía y sinfonías perfectas, que ya están escritas en el sendero de cada una de nuestras almas, antes incluso de iniciar el camino de la vida.

Me gusta observar la naturaleza, aprendo mucho de ella. Esas hojas cayendo me hicieron pensar en el apego y el desapego, en desprendernos con amor de lo que nos sobra, de lo que se marcha, de lo que cambia…, algo que a los humanos nos cuesta un poquito, en particular a ésta humana que os acompaña con sus sentimientos, escritos y palabras.     

Esas hojas de colores amarillos, ocres, rojos y anaranjados, algunas tintadas aún de restos de verde… se desprenden de las ramas iniciando una danza mágica, emitiendo un suave murmullo de libertad, cayendo sin dolor, sin pena, enseñándome con amor lo que significa soltar, abandonarse, renovarse y confiar, sobre todo “Confiar”. Admiro enormemente ese abandono, ese generoso gesto de entrega, ese último baile amoroso hacia la tierra cuando entienden que ya no pueden seguir sosteniéndose, que han de completar su sinfonía y convertirse en esa danza tan ancestral como el tiempo que las llevará a bañar el suelo como si fueran espuma de terciopelo convirtiéndose en nutritivo alimento al pie del árbol que les dio la vida y con el que compartieron quietud, estabilidad, sabiduría, belleza y tantas otras historias y sentires.

Otras aún serán arrastradas por el viento y volarán lejos de las ramas que las cobijaron y de las que estuvieron sujetas hasta el momento de dejarse caer precipitándose hasta el suelo para vivir su siguiente aventura, preparándose para ese cambio de estado, para esa muerte que las volverá de nuevo a la vida, a dar vida, a una nueva forma de vida. Continua renovación, continuo cambio, continuo abandono a lo que es, continua aceptación, continuo rendimiento a la sinfonía y la danza de la vida…

Además esas hojas que se dejan caer, liberan amorosamente el espacio que ocupaban, permitiendo de ese modo que los nuevos brotes puedan preparar su nacimiento para irrumpir en la vida en la siguiente primavera. Es como decir, “terminé mi labor aquí, mi obra ha concluido y ahora te dejo el lugar que yo ocupaba para que tú puedas brillar con todo tu esplendor, tu color y tu belleza y completar la tuya.”


Me quedé por unos segundos mirando al arbolito y sentí como si me sonriera y acercando su tibio aliento a mi oído me susurrara muy bajito estas palabras: “Querida, si no suelto lo que tuve, me alegró y me dio salud, belleza y color, incluso a veces dolor… no puedo renovarme para seguir creciendo y ser más alto y más fuerte, con ramas más grandes, más sólidas, más robustas y más pobladas de hojas, flores, frutos y semillas para la próxima primavera. Ahora necesito soltar lo que me sobrar para liberar mi alma, en el invierno necesitaré reposar, descansar ligero, sin nada que me pese o me distraiga del letargo donde se fortalece mi alma. Y en primavera, irrumpiré de nuevo a la vida, volveré a florecer poblándome de hojas y flores nuevas, para poder comenzar el verano en todo mi esplendor, olor, textura, sabor y color. Son los ciclos de la vida, los que todos deberíamos honrar y respetar en pos de mantener el equilibrio y poder vivir de acuerdo a las leyes de la naturaleza.”


La naturaleza es sabia, nos regala su sabiduría ancestral a la que hemos dejado de prestar atención. Hemos perdido la conexión con los elementos, con los elementales, con las estaciones, con la savia de la vida. Hemos descuidado nuestras raíces, nos hemos olvidado de honrarlas y agradecerles el arraigo, el soporte y el sostén que nos ofrecen. ¡Así nos va en estos momentos en la Tierra! Quizá por dejar de respetar las leyes de la naturaleza, de respetar los elementos, de honrar a la vida, hemos sembrado el caos por doquier. Pero ahora ya estoy totalmente segura de que este caos nos devolverá al equilibrio algún día, en algún momento, en algún lugar.

Renovación, permite que la vida te renueve, aunque nos dé mayor seguridad seguir anclados en lo conocido, aferrados a cosas sin sentido, manteniendo conductas, pensamientos, hábitos y patrones limitantes que, aunque no nos gusten, nos mantienen en nuestra zona de confort. Debemos abandonarnos a la confianza de ese nuevo brote, a todo lo que ese brote lleno de vida nos puede ofrecer, permitiendo que la hojita que ya vivió su ciclo emprenda el viaje hacia un nuevo destino y que esa nueva pueda abrir los ojos sonriendo a su nueva vida, hasta completar de nuevo su ciclo, disfrutando de su paso por la vida, de cada segundo de su luminosa existencia.

Pues igual que para todo lo que nos rodea, llegado el otoño, también para el hombre es momento de renovar y soltar, de mover un poco el cuerpo para permitir que esa hojarasca seca se desprenda y caiga para dejar las ramas libres y sueltas. Y a la vez es momento de recogimiento y de recoger. Si seguimos observando a la naturaleza nos damos cuenta de que los animalitos en los bosques recogen los alimentos que saben instintivamente que van a necesitar para pasar el invierno, y los guardan en sus madrigueras almacenándolos para cuando se produce la llegada de la estación de la hibernación y el reposo, de la integración, de estar dentro de uno, en silencio, casi sin luz externa para que podamos ver mejor la de dentro. Para mí el invierno es como el final de un ciclo, es tiempo para las revisiones internas, para las valoraciones, para ver, saber y darme cuenta de cuánto he aprendido, de lo que he avanzado... y del camino que todavía me queda por recorrer lleno de oportunidades para seguir aprendiendo, disfrutando, bailando, cantando, riendo y a veces llorando (cada vez más de alegría, de compasión, de amor). Pero no pensaré ahora en ello, daremos a cada día su afán y nos centraremos mejor en cada respiración, en cada pálpito, en cada aliento de vida, en este momento.



Realmente cada estación también nos enseña que todo son ciclos que deben comenzar y terminar para poder dar lugar al siguiente y así sucesivamente. Todo son etapas, en cada una de ellas nos vamos a encontrar con distintas situaciones, personas, lugares… que tendremos que poner en el lugar apropiado para guardar el equilibrio y si este se rompe preguntarnos por qué, pero mirándonos a nosotros mismos. Ya no es momento de señalar con el dedo a los demás, ni de echar culpas o buscar culpables. No, ese es un patrón que ya no tiene sentido, que tiene que caer porque la culpa sólo llama al dolor, pero no trae con ella la solución. Hoy este patrón tiene que quedar sustituido por la parte de responsabilidad que debe asumir cada individuo en cada situación y por el aporte de soluciones que nos ayuden a resolver los posibles conflictos que se puedan generar. Claro que los conflictos podrían desaparecer si en lugar de jugar a competir y a la individualización, apostáramos por compartir y completarnos unos con otros, poniendo en común nuestra sabiduría y haciéndonos uno de nuevo. Ese es el objetivo, pero mientras llegamos a él, sigamos aprendiendo.


Volviendo al otoño, tiene su gracia, ¿verdad?, de nuevo la dualidad. Soltar y recoger a la vez. Pero está bien, porque si respetamos los ritmos de la naturaleza estaremos soltando todo aquello que ya no necesitamos, en un proceso de separación de lo puro de lo impuro, de lo que nos hace bien y lo que no, que nos permitirá deshacernos de las cargas, de lo que pesa, de lo que interfiere en nuestro camino impidiéndonos seguir adelante como deseamos hacerlo… A la vez que recogemos a manos llenas las cosechas para que no se pierdan, recogemos lo que sí nos hará falta para los meses venideros, lo que nos alimenta, nutre y enriquece. La energía, el impulso, lo que nos da la vida y hace brillar nuestra alma. Y nos alimentamos de pequeños frutos secos que aportan gran energía a nuestro cuerpo.

Es como recordar el latido de la respiración, exhalamos sacando de nuestros pulmones el aire enrarecido que ya no nos sirve y que si lo dejamos dentro puede convertirse en algo tóxico que nos haga mucho daño, en ese aire que exhalamos soltamos, nos desintoxicamos, expulsamos lo que se ha convertido en un gran peso, en una carga y lo liberamos. Después, con la inhalación, volvemos a llenar nuestros pulmones de vida, de aire nuevo, puro y bueno, que nos reconforta y nos llena y nutre de lo que sí necesitamos. Como un soplo que nos devuelve de nuevo a la vida.

Después de la gran expansión del verano, de la luz, del sol, de los frutos en su sazón… llega el momento de limpiar, de depurar, de volver a encontrar el centro de cada uno. Observando un poquito más allá nos damos cuenta que en septiembre mucha gente vuelve a sus hogares después de las vacaciones y tienen que ordenar, limpiar y deshacerse de todo aquello que ya no les sirve y que está ocupando un lugar que hace falta para otras cosas nuevas que hemos adquirido o atraído a nuestra vida. Lo mismo ocurre en nuestra casa interna, tiene necesidad de orden, de limpieza, de depurarse, de reestructurarse, de volver a encontrarse. Y cuando esto sucede nos sentimos más conectados con nuestra esencia, con nuestra alma y en un lugar donde todo vibra en estado más puro. Lo duro a veces es el proceso. Esto no ocurre de la noche a la mañana, limpiar bien nuestro hogar nos lleva mucho tiempo y muchas horas de trabajo, polvo, suelo, manises, puertas, cortinas, armarios, ropas, cachivaches a los que dar un nuevo hogar… Limpiar nuestro templo interno nos puede llevar muchas horas de sufrimiento, de dolor, de angustias… y aunque en nosotros está elegir cómo lo vamos a hacer y debemos procurar que nuestra actitud sea lo más positiva posible… no todos los días son buenos o vemos las cosas de la mejor manera.


Te sientes bien, te sientes en paz, te sientes en equilibrio, y de repente un día te despiertas diferente y el paso de las horas moviéndose por las manecillas del reloj empiezan a marcar una diferencia en ti, haciendo que dentro todo se vuelva negro. Los fantasmas de los miedos llegaran arrastrando ruidosamente sus cadenas con la intención de aniquilarte, de eliminarte por completo, llenándote de culpas, de rabias y de impotencia. Los monstruosos gigantes de dos cabezas te descalifican, se ríen de ti y te hacen sentir menos que nada. Esas voces que no puedes acallar, que hablan en tu mente, que te sacan de tu centro constantemente. Esa voz no te deja en paz, no te da tregua, no te permite recuperar tu voluntad para seguir adelante. Y te doblega una y otra vez manejándote a su antojo como si fueras un pelele de trapo descolorido e insensible después de haber sido pisoteado y lavado muchas veces.

Te dejas abatir y envolver por el dolor y la soledad, todo se vuelve tan intenso que no puedes dejar de llorar, y pasas días enteros llorando, sintiéndote un fracaso, sintiendo que has fallado a todos, que te has fallado a ti mismo. Pensando que no merece la pena que los que te aman sigan junto a ti. Sin importarte nada ni nadie…

Hasta que sumido en el dolor, dejas pasar el tiempo, te conviertes en observador de ti mismo saliéndote de toda situación para no dejarte arrastrar de nuevo en el maremágnum de negatividad y destrucción por el que te has dejado envolver…

Y un día te das cuenta que has vencido, ese día que te atreves a plantarte cara a ti mismo, a enfrentar esa voz destructiva que viene de dentro y que cuando comienza otra vez con su diatriba, con lágrimas rodando desesperadas por tus mejillas, la detienes diciéndole que has sido creado para amar no para odiar y que dentro de ti hay una parte divina de la que no se puede burlar, ni adueñar, porque es una parte sagrada que sólo te pertenece a ti. Y notas cómo se rinde, como pierde poder sobre ti a la vez que tú te empoderas sobre ella al recuperar tu propio poder, el poder de tu voluntad divina que te dice: “sí vales, sí puedes, sí lo conseguirás, esto es tan solo una prueba que vas a superar, que te hará más fuerte, que te ayudará a entender mejor a los demás, que hará de ti un ser más empático, más compasivo, más feliz”.

Y cuando estás superando el proceso te das cuenta de cuántas hojitas has ido soltado en todo ese tiempo, te das cuenta de cuánto has avanzado y de todas las situaciones que has sanado durante todo el proceso. ¡Aún nos duele! ¡Cuánto nos duele! ¿Cuándo podremos soltar el dolor y vivir las experiencias desde el amor, desde la confianza, desde la aceptación, desde la compresión y compasión hacia nosotros mismos?


Entiende que si quieres romper patrones has de hacer las cosas de manera distinta, si sigues pensando como siempre, intentando resolver tus “problemas” del mismo modo en el que lo has hecho siempre y con la misma perspectiva y conciencia que los creaste, es imposible poder solucionarlos. Además, cuando las cosas se repiten es porque aún no están solucionadas en ti, o tal vez quieran mostrarte que hay situaciones que no es necesario entenderlas, sino simplemente aceptarlas, tú eres quien debes descubrir el punto donde algo se puede cambiar o se ha de aceptar, porque para cada persona ese punto están en un lugar diferente.

Si os cuento todo esto es para que sepáis que quizá lleguen tiempos difíciles y que el huracán puede arrasar a cualquiera por muy equilibrado y centrado que esté, pero pasará, todo pasa. Si el otoño te da una buena sacudida, no tengas miedo, déjate arrastrar por la vorágine y no te resistas… por algo será que te toca vivir ese momento y cuando la voz de la descalificación y la destrucción comience a calmarse empezarás a ver con más claridad y a saber lo que tienes que hacer y cambiar. A veces es cuestión simplemente de esperar. Si no cambiamos los patrones, si no liberamos el alma, si seguimos enganchados a las energías de tercera dimensión, difícilmente estaremos preparados para la ascensión. Para eso sirven estas “limpiezas”, para que aprendamos a tocar nuestra melodía con otra sinfonía, en la que perdonar, liberar y soltar son las notas predominantes.

Deja caer las hojas, permite que se suelten, no las culpes por hacer lo que es necesario que hagan, no te aferres a ellas, si no las retienes, si las dejas marchar, si no opones resistencia, todo será más fácil y podrás sentir la alegría de liberar, en lugar de la tristeza de perder aquello que deseas conservar, pero que ya no quiere seguir contigo por las razones que sean. Si entiendes que todo lo que tuviste generó una energía que queda en ti como un hilo mágico que retiene sólo lo bueno de lo que fue, sabrás que no has perdido nada, que todo se renueva y cambia. Y eso es la vida, un continuo cambio, un continuo movimiento, una continua renovación que nos conduce irrevocablemente a un renacimiento constante.


 Cuando estés en proceso de cambio acuérdate de ser como un árbol.

Que las bendiciones lluevan sobre ti como hojas de otoño que caen, emprendiendo un nuevo camino hacia lo desconocido, pero con la confianza de hallar su nuevo destino. Perdona, Libera, Suelta, Cambia, Acepta, Re-invéntate, Renuévate, Sueña… CONFÍA y conviértete en ese SER que deseas SER.

Con mis mejores deseos para tu vida.

Paqui Sánchez
 


©Ahava Iesu

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