Una
antiquísima leyenda celta cuenta que el Rey Roble (Oak King) y el Rey Acebo
(Holly King) eran hermanos gemelos, totalmente opuestos el uno al otro y enemigos
acérrimos. Sin embargo, no se sentían completos el uno sin el otro, era como si
fueran la mitad de un todo. De hecho así era, cada uno rigiendo la mitad de un
ciclo donde la muerte de la luz daba paso al reinado de la oscuridad y viceversa,
completando así un ciclo natural de la naturaleza, un nuevo giro de la Rueda
del Año celta. Con cada batalla, la muerte de un ciclo daba paso al renacer del
siguiente y así sucesivamente, mostrando que ambos eran necesarios y
complementarios.
Se dice
que quizá no son dos dioses, sino un solo dios mostrando los aspectos duales
del Dios Astado con esas batallas continuas entre la luz y la oscuridad
poniendo patente esa parte de luces y sombras que todos tenemos.
La
leyenda narra que cuando el sol del verano calienta la tierra, la gente, en especial
los niños, se arrimaban alrededor de las anchas ramas del Rey Roble para
disfrutar de la sombra que las mismas les proporcionaban. El Rey Roble sonreía con
un crujir de corteza y un susurro de hojas mientras disfrutaba de la alegría
que desprendían sus súbditos al proporcionarles sombra en esos días tan
cálidos.
Un día
llegó el cambio de estación y con él, el equinoccio de otoño y las hojas del
Rey Roble comenzaron a ponerse amarillas y después marrones, desprendiéndose de
sus peciolos para caer a los pies del Roble y acabar secándose en el suelo. Los
niños, en busca de cobijo, se fueron
arrimando a su tronco, pero el Rey Roble ya no podía protegerles como antes,
pues sus ramas estaban totalmente desnudas.
Con la
llegada del solsticio de invierno todo empeoró, una nevada copiosa cubrió el
valle por completo con su blanco e impoluto manto. Los niños dormían pegados
unos a los otros en busca de calor, pero todos tiritaban de frío, en las
retorcidas ramas del viejo roble no quedaba ni una sola hoja que los protegiera.
De
repente, uno de los niños se puso de pie y señaló al horizonte:
- M–i-r-a-d
– exclamó con dificultad, pues los dientes le castañeaban y le temblaba todo el
cuerpo debido al frío que tenía.
Por la colina subía un ser de gran altura y larga
barba blanca. Su apariencia era como la de un anciano. Estaba cubierto de hojas
de color verde oscuro, cortas, pero muy abundantes, eran hojas dentadas y
espinadas. Su cabello enmarañado y la copiosa barba ensortijada se mostraban henchidos
de pequeños frutos rojos redondeados que resaltaban sobre su nívea blancura.
- ¿Quién sois? – preguntaron los niños, asombrados
de que sus hojas no se hubieran marchitado y caído con la llegada del invierno
como le había sucedido al Rey Roble.
- Soy el Rey Acebo, hermano gemelo del Rey Roble –
respondió el anciano a la vez que extendía sus manos como si fueran enormes
ramas, cubriendo con ellas a todos los niños, procurándoles el cobijo que el
Rey Roble ya no podía brindarles.
El Rey
Roble, enfadado, quiso atacar al anciano Rey Acebo. No quería que le
arrebatasen a sus súbditos. Sin embargo, el Rey Acebo paró el golpe con su
lustroso follaje de hojas verdes y sujetó al marchito árbol diciéndole:
- Escúchame
bien, ha llegado el momento de tu retirada. Descansa durante el invierno y
retorna en primavera, cuando tus ramas vuelvan a estar vestidas de hojas verdes
y puedas proteger de nuevo a tus súbditos.
Y
aunque apenado y derrotado por su hermano, el Rey Roble comprendió que estaba
tan agotado por la falta de luz, que era necesario emprender el viaje hacia su
interior hasta recuperar su energía y volver a llenarse de esplendor cuando la
luz volviera a vencer a la oscuridad.
Los
niños se tumbaron a los pies del Rey Acebo para que este los protegiera de los
duros y fríos días invernales. Y precisamente ese es el motivo por el que en
los hogares se continúan colgando ramas de acebo durante el invierno, para que
el Rey Acebo los siga protegiendo.
Y así,
cada solsticio los hermanos se enfrentaban en las batallas de luz y oscuridad,
venciendo cada vez uno de ellos mientras el otro se retiraba a las llanuras
astrales para servir a la diosa Arianrhod en su rueda de estrella de plata
mientras esperaba el momento de su solsticio de reencarnación.
En
aquel tiempo, los celtas dividían el año en dos mitades, la parte oscura empezaba
en el solsticio de verano, momento en el que la luz comenzaba a disminuir en
detrimento de la oscuridad y el Rey Roble era vencido por el Rey Acebo. Sin
embargo, durante el solsticio de invierno ocurría lo contrario, la luz
comenzaba a ganar terreno a la oscuridad y el Rey Roble vencía al Rey Acebo.
Podéis
encontrar variaciones en la fechas de las batallas entre la luz y la oscuridad,
hay quienes dicen, y no sin falta de razón, que las batallas entre los dos
Reyes tienen lugar en los equinoccios, por lo que el Rey Roble se encuentra
mucho más fuerte desde el equinoccio de primavera y sobre todo durante el
verano (Litha) y el Rey Acebo empieza a adquirir esa fuerza desde el equinoccio
de otoño, para convertirse en dominante durante el invierno (Yule).
Cada
final de ciclo se anunciaba con el sacrifico del rey que había estado
gobernando esa mitad del año.
El Rey
Roble era el señor del verano, de la parte de año en la que la luz prima sobre la
oscuridad, gobernante de la Tierra cuando esta está más cerca del Sol,
arrojando luz sobre los días. Se le representa como el dios de la fertilidad y
en ocasiones es conocido como el hombre verde
o señor del bosque.
Por
otro lado, el Rey Acebo era el señor del invierno, de la parte oscura del año,
soberano del frío y del reino blanco y la noche. Se representa como un señor
mayor con una espesa y poblada barba blanca, viste de verde y rojo, de mirada
afable, gran sabiduría y bondad sin precedentes, sobre todo hacia los más
pequeños. A veces conduce un carruaje guiado por ocho ciervos. Es por todo ello
que se piensa que podría ser el origen de Santa Claus, ya que se muestra como
una versión un tanto boscosa del mismo.
Tanto
el Roble como el Acebo están asociados al elemento fuego y manifiestan ese
fuego interior que se convierte en la antorcha o la luz que aporta valor y
coraje para enfrentar situaciones complicadas, toda vez que la llama danzarina
del elemento fuego nos conecta con la alegría de vivir y la fuerza interna que
nos ayudará a encontrar nuevos horizontes y vencer nuevos retos por llegar.
Robert
Graves y Sir James George Frazer escribieron sobre esta batalla. Graves, en su
obra La Diosa Blanca, aseveró que el conflicto entre ambos reyes, se hace eco
en otras parejas arquetípicas, poniendo como ejemplo a las peleas entre Sir
Gawain y el Caballero Verde, o entre Lugh y Balor en la leyenda Celta. Todas
tienen en común que uno debe morir para que el otro triunfe.
Documentado
en distintos artículos que he encontrado por la red.
Gracias
por llegar hasta aquí, espero que hayas disfrutado de esta lectura, a mí
personalmente me encantan las leyendas.
Gracias por las imágenes que acompañan este artículo y a las personas que las comparten.
©Paqui Sánchez
No tenía ni idea de esta leyenda, pero es preciosa y muy significativa. Me hubiera gustado que los dos reyes-hermanos no riñeran, sino que se respetaran y comprendieran buen grado ese bi- reinado. Tengo un roble en el pueblo y un acebo en la sierra. Me ha encantado leerte. Besos
ResponderEliminarJajaja, sí, a mí tampoco me va mucho la violencia, pero ya sabes que las antiguas culturas hacían un arte de la lucha, el combate y la guerra (vamos, que tampoco es que hayamos avanzado tanto, desde hace 2024 años los humanos sólo han gozado de 19 días de paz donde no ha habido guerra en ninguna parte del mundo, todo un éxito y visto lo visto un logro magnánimo). Los vikingos, como pueblo antiguo de la Escandinavia, no iban a ser menos guerreros, al parecer primero asestaban el golpe y después se iniciaba la conversación.
EliminarGracias por venir y por dejar una chispita de tu esencia.
Un gran abrazo.