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lunes, 4 de diciembre de 2023

LA LEYENDA DEL REY ROBLE Y EL REY ACEBO

 



La leyenda del Rey Roble y el Rey Acebo

Una antiquísima leyenda celta cuenta que el Rey Roble (Oak King) y el Rey Acebo (Holly King) eran hermanos gemelos, totalmente opuestos el uno al otro y enemigos acérrimos. Sin embargo, no se sentían completos el uno sin el otro, era como si fueran la mitad de un todo. De hecho así era, cada uno rigiendo la mitad de un ciclo donde la muerte de la luz daba paso al reinado de la oscuridad y viceversa, completando así un ciclo natural de la naturaleza, un nuevo giro de la Rueda del Año celta. Con cada batalla, la muerte de un ciclo daba paso al renacer del siguiente y así sucesivamente, mostrando que ambos eran necesarios y complementarios.

Se dice que quizá no son dos dioses, sino un solo dios mostrando los aspectos duales del Dios Astado con esas batallas continuas entre la luz y la oscuridad poniendo patente esa parte de luces y sombras que todos tenemos.


La leyenda narra que cuando el sol del verano calienta la tierra, la gente, en especial los niños, se arrimaban alrededor de las anchas ramas del Rey Roble para disfrutar de la sombra que las mismas les proporcionaban. El Rey Roble sonreía con un crujir de corteza y un susurro de hojas mientras disfrutaba de la alegría que desprendían sus súbditos al proporcionarles sombra en esos días tan cálidos.

Un día llegó el cambio de estación y con él, el equinoccio de otoño y las hojas del Rey Roble comenzaron a ponerse amarillas y después marrones, desprendiéndose de sus peciolos para caer a los pies del Roble y acabar secándose en el suelo. Los niños, en busca de cobijo,  se fueron arrimando a su tronco, pero el Rey Roble ya no podía protegerles como antes, pues sus ramas estaban totalmente desnudas.

Con la llegada del solsticio de invierno todo empeoró, una nevada copiosa cubrió el valle por completo con su blanco e impoluto manto. Los niños dormían pegados unos a los otros en busca de calor, pero todos tiritaban de frío, en las retorcidas ramas del viejo roble no quedaba ni una sola hoja que los protegiera.

De repente, uno de los niños se puso de pie y señaló al horizonte:

- M–i-r-a-d – exclamó con dificultad, pues los dientes le castañeaban y le temblaba todo el cuerpo debido al frío que tenía.


Por la colina subía un ser de gran altura y larga barba blanca. Su apariencia era como la de un anciano. Estaba cubierto de hojas de color verde oscuro, cortas, pero muy abundantes, eran hojas dentadas y espinadas. Su cabello enmarañado y la copiosa barba ensortijada se mostraban henchidos de pequeños frutos rojos redondeados que resaltaban sobre su nívea blancura.

- ¿Quién sois? – preguntaron los niños, asombrados de que sus hojas no se hubieran marchitado y caído con la llegada del invierno como le había sucedido al Rey Roble.

- Soy el Rey Acebo, hermano gemelo del Rey Roble – respondió el anciano a la vez que extendía sus manos como si fueran enormes ramas, cubriendo con ellas a todos los niños, procurándoles el cobijo que el Rey Roble ya no podía brindarles.

El Rey Roble, enfadado, quiso atacar al anciano Rey Acebo. No quería que le arrebatasen a sus súbditos. Sin embargo, el Rey Acebo paró el golpe con su lustroso follaje de hojas verdes y sujetó al marchito árbol diciéndole:

- Escúchame bien, ha llegado el momento de tu retirada. Descansa durante el invierno y retorna en primavera, cuando tus ramas vuelvan a estar vestidas de hojas verdes y puedas proteger de nuevo a tus súbditos.

Y aunque apenado y derrotado por su hermano, el Rey Roble comprendió que estaba tan agotado por la falta de luz, que era necesario emprender el viaje hacia su interior hasta recuperar su energía y volver a llenarse de esplendor cuando la luz volviera a vencer a la oscuridad.

Los niños se tumbaron a los pies del Rey Acebo para que este los protegiera de los duros y fríos días invernales. Y precisamente ese es el motivo por el que en los hogares se continúan colgando ramas de acebo durante el invierno, para que el Rey Acebo los siga protegiendo.

Y así, cada solsticio los hermanos se enfrentaban en las batallas de luz y oscuridad, venciendo cada vez uno de ellos mientras el otro se retiraba a las llanuras astrales para servir a la diosa Arianrhod en su rueda de estrella de plata mientras esperaba el momento de su solsticio de reencarnación.


En aquel tiempo, los celtas dividían el año en dos mitades, la parte oscura empezaba en el solsticio de verano, momento en el que la luz comenzaba a disminuir en detrimento de la oscuridad y el Rey Roble era vencido por el Rey Acebo. Sin embargo, durante el solsticio de invierno ocurría lo contrario, la luz comenzaba a ganar terreno a la oscuridad y el Rey Roble vencía al Rey Acebo.

Podéis encontrar variaciones en la fechas de las batallas entre la luz y la oscuridad, hay quienes dicen, y no sin falta de razón, que las batallas entre los dos Reyes tienen lugar en los equinoccios, por lo que el Rey Roble se encuentra mucho más fuerte desde el equinoccio de primavera y sobre todo durante el verano (Litha) y el Rey Acebo empieza a adquirir esa fuerza desde el equinoccio de otoño, para convertirse en dominante durante el invierno (Yule).

Cada final de ciclo se anunciaba con el sacrifico del rey que había estado gobernando esa mitad del año. 


El Rey Roble era el señor del verano, de la parte de año en la que la luz prima sobre la oscuridad, gobernante de la Tierra cuando esta está más cerca del Sol, arrojando luz sobre los días. Se le representa como el dios de la fertilidad y en ocasiones es conocido como el hombre verde  o señor del bosque.

Por otro lado, el Rey Acebo era el señor del invierno, de la parte oscura del año, soberano del frío y del reino blanco y la noche. Se representa como un señor mayor con una espesa y poblada barba blanca, viste de verde y rojo, de mirada afable, gran sabiduría y bondad sin precedentes, sobre todo hacia los más pequeños. A veces conduce un carruaje guiado por ocho ciervos. Es por todo ello que se piensa que podría ser el origen de Santa Claus, ya que se muestra como una versión un tanto boscosa del mismo.

Tanto el Roble como el Acebo están asociados al elemento fuego y manifiestan ese fuego interior que se convierte en la antorcha o la luz que aporta valor y coraje para enfrentar situaciones complicadas, toda vez que la llama danzarina del elemento fuego nos conecta con la alegría de vivir y la fuerza interna que nos ayudará a encontrar nuevos horizontes y vencer nuevos retos por llegar.

Robert Graves y Sir James George Frazer escribieron sobre esta batalla. Graves, en su obra La Diosa Blanca, aseveró que el conflicto entre ambos reyes, se hace eco en otras parejas arquetípicas, poniendo como ejemplo a las peleas entre Sir Gawain y el Caballero Verde, o entre Lugh y Balor en la leyenda Celta. Todas tienen en común que uno debe morir para que el otro triunfe.

Documentado en distintos artículos que he encontrado por la red.

Gracias por llegar hasta aquí, espero que hayas disfrutado de esta lectura, a mí personalmente me encantan las leyendas.

Gracias por las imágenes que acompañan este artículo y a las personas que las comparten.

©Paqui Sánchez


©Paqui Sánchez

2 comentarios:

  1. No tenía ni idea de esta leyenda, pero es preciosa y muy significativa. Me hubiera gustado que los dos reyes-hermanos no riñeran, sino que se respetaran y comprendieran buen grado ese bi- reinado. Tengo un roble en el pueblo y un acebo en la sierra. Me ha encantado leerte. Besos

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    1. Jajaja, sí, a mí tampoco me va mucho la violencia, pero ya sabes que las antiguas culturas hacían un arte de la lucha, el combate y la guerra (vamos, que tampoco es que hayamos avanzado tanto, desde hace 2024 años los humanos sólo han gozado de 19 días de paz donde no ha habido guerra en ninguna parte del mundo, todo un éxito y visto lo visto un logro magnánimo). Los vikingos, como pueblo antiguo de la Escandinavia, no iban a ser menos guerreros, al parecer primero asestaban el golpe y después se iniciaba la conversación.
      Gracias por venir y por dejar una chispita de tu esencia.
      Un gran abrazo.

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