El
Aleteo del Ángel
Aquella
tarde salí a pasear. Después de tantos años de incertidumbre aún andaba
perdido, deambulando por las circunvoluciones de un extinto recuerdo, de la más
primordial memoria, del secreto de mi propio origen. Quizás hoy pudiera encontrar
la respuesta.
Al
mirar al cielo de mi propia inquietud, descubrí algunos nubarrones atenazados a
la luz de un Sol de la conciencia que se esforzaba en tomar posesión de mis más
ancestrales olvidos. ¿Cuándo podría rasgar por fin el velo de mis más profundos
secretos, aquellos que dormitan en lo más hondo de la primigenia memoria
perdida?
El
cauce de un río próximo, de aguas cristalinas, captó de una forma poderosa y
suave mi atención. El reflejo del Sol sobre su mansa superficie me hizo pensar
en la vida como en un fenómeno del río de la existencia, que refleja la luz de
la auténtica conciencia de una forma velada, al tiempo que profunda, y en
constante movimiento. ¿Pero acaso el Ser no permanece y es mi mente quien se
mueve? ¿Cómo podría recobrar aquella Primigenia Memoria, aquél recuerdo
trascendente, que rescatara del olvido mi auténtica naturaleza? A voces en mi
interior, lance a mis espacios infinitos la sagradas preguntas que me persiguen
desde cada uno de los todos que componen mi todo: ¿Cuál es mi verdadero nombre?
¿Qué y quién soy en verdad? ¿Qué cuna del espíritu me vio nacer hace eones de
tiempo?
Como
si de un sueño se tratase, la muda voz de la brisa me susurró al oído:
- Mírate en la belleza de todo cuanto acontece y
te rodea .
Miré a
mi alrededor, y todo cuanto pude observar irradiaba la maravillosa presencia de
la perfección. Las piedras, los árboles, el mismo río..., todo era perfecto en
sí mismo. Y, al tiempo, todo dependía de mí, de mi mirada, de mi estado. ¿Acaso
todo cuanto veo no forma parte de mí? ¿No soy acaso un fragmento de todo ello?
En mi
paseo, al tiempo que conversaba hacia mis adentros con la santa presencia de la
soledad, mi incansable búsqueda me hacía tocar las puertas del corazón de cada
una de las criaturas que habitaban aquel maravilloso paraje de la conciencia.
Cada uno de estos seres parecía gritarme en silencio, dirigirse a mí como quien
le habla a un perdido hermano de frágil memoria. ¿Cuándo te unirás
conscientemente a nosotras?, parecían decir las amapolas. ¿Cuándo tu corazón
mirará a través de tus ojos, y tomará posesión de tus manos?, coreaban algunas
rocas. ¿Cuándo levantarás el vuelo del espíritu, y descubrirás lo pequeño de lo
grande y lo grande de lo pequeño?, casi cantaba el águila en su majestuoso
vuelo.
"Quizás
la gran familia de la humanidad no es otra realmente que la gran familia
planetaria", reflexionaba en voz alta mientras cruzaba el puente. A fin de
cuentas, todo cuanto veía a mi alrededor no era otra cosa que mi verdadero
hogar, el habitáculo de mis búsquedas, de mis preguntas y respuestas. Un mundo
repleto de iguales, vestidos con ropajes diferentes y con cometidos distintos,
que acompañan su caminar con diversas melodías integrantes todas de la sinfonía
de la vida.
Durante
mi paseo, en el quieto deambular de unos pies imaginarios acostumbrados a
viajar de mundo en mundo, de estrella en estrella, volvía a encontrarme con la
raíz de las más primigenias preguntas, de los más ancestrales misterios. Por
eso, al cruzar el puente que une la realidad del Ser con la fragilidad de la
Memoria Primigenia, puse toda mi atención en el caminante que pausadamente se
dirigía hacia mí. Al ver su rostro, con sorpresa descubrí que era mi propio
rostro. Y le pregunté:
- ¿Quién
eres tú, que adornas tu alma con un rostro como el mío, como si expresión de una
conciencia escindida fuera?
Serenamente,
como si conociera la respuesta a toda pregunta, me contestó:
- ¿Acaso
no sabes reconocer que el rostro de cada hombre es igual al de cada hombre?
¿Desde qué recóndito lugar de ti mismo te buscas que aún no has aprendido que
todo cuanto ves fuera vive dentro de ti? No alimentes el sueño de lo diferente,
del observador y lo observado, pues en la raíz de cada incógnita está su propia
respuesta, en el inicio de cada camino está el final del mismo. El secreto de
la Memoria Primigenia habita en tu propio laberinto.
Un
relámpago, seguido de un trueno, atrajo mi atención. El cielo parecía haberse
quebrado. Como si de una broma de la conciencia se tratase, me encontré sentado
en mi sillón, ante la blanca pared que de vez en vez me veía meditar. Comenzaba
a llover, y a darme cuenta de dónde estaba realmente. Mi viaje por la
conciencia empezaba a parecerme producto de un sueño. Sin embargo, aún
atesoraba la sensación de absoluta realidad que en todo momento me había
acompañado. Quizás en este momento, al abrir los ojos, estaba realmente
soñando. ¿Acaso no me encontraba ahora apresado por la férrea jaula de quien se
cree limitado? ¿Acaso no es tan cierto el vuelo del águila como el aleteo del ángel?
Miguel
Ángel del Puerto
© Fran S
Gracias por compartir este cuento. Pensaba que era tuyo, porque perfectamente podías haberlo escrito tú. Un abrazo. Por cierto el sonido de la campanita tiene algo especial, es como si cada vez que suena te trae al momento presente del que tan, tan a menudo nos vamos.
ResponderEliminarMuchas gracias Chelo.
ResponderEliminarLa verdad es que ultimamente me pasa mucho eso de encontrarme con escritos, libros o vídeos donde se dan charlas o conferencias y sentir que perfectamente podía haberlos escrito yo. Eso nos indica que cuando vibramos en una misma frecuencia, nos llegan las mismas ideas que a los que están en ella. Pronto te pasaré mis últimos escritos. Seguro que los disfrutarás.
Besos y abrazos, tengo muchas cosas que contarte.