Páginas

domingo, 4 de diciembre de 2011

EL ALETEO DEL ÁNGEL


 
El Aleteo del Ángel

Aquella tarde salí a pasear. Después de tantos años de incertidumbre aún andaba perdido, deambulando por las circunvoluciones de un extinto recuerdo, de la más primordial memoria, del secreto de mi propio origen. Quizás hoy pudiera encontrar la respuesta.

Al mirar al cielo de mi propia inquietud, descubrí algunos nubarrones atenazados a la luz de un Sol de la conciencia que se esforzaba en tomar posesión de mis más ancestrales olvidos. ¿Cuándo podría rasgar por fin el velo de mis más profundos secretos, aquellos que dormitan en lo más hondo de la primigenia memoria perdida?

El cauce de un río próximo, de aguas cristalinas, captó de una forma poderosa y suave mi atención. El reflejo del Sol sobre su mansa superficie me hizo pensar en la vida como en un fenómeno del río de la existencia, que refleja la luz de la auténtica conciencia de una forma velada, al tiempo que profunda, y en constante movimiento. ¿Pero acaso el Ser no permanece y es mi mente quien se mueve? ¿Cómo podría recobrar aquella Primigenia Memoria, aquél recuerdo trascendente, que rescatara del olvido mi auténtica naturaleza? A voces en mi interior, lance a mis espacios infinitos la sagradas preguntas que me persiguen desde cada uno de los todos que componen mi todo: ¿Cuál es mi verdadero nombre? ¿Qué y quién soy en verdad? ¿Qué cuna del espíritu me vio nacer hace eones de tiempo?

Como si de un sueño se tratase, la muda voz de la brisa me susurró al oído:

-  Mírate en la belleza de todo cuanto acontece y te rodea .

Miré a mi alrededor, y todo cuanto pude observar irradiaba la maravillosa presencia de la perfección. Las piedras, los árboles, el mismo río..., todo era perfecto en sí mismo. Y, al tiempo, todo dependía de mí, de mi mirada, de mi estado. ¿Acaso todo cuanto veo no forma parte de mí? ¿No soy acaso un fragmento de todo ello?

En mi paseo, al tiempo que conversaba hacia mis adentros con la santa presencia de la soledad, mi incansable búsqueda me hacía tocar las puertas del corazón de cada una de las criaturas que habitaban aquel maravilloso paraje de la conciencia. Cada uno de estos seres parecía gritarme en silencio, dirigirse a mí como quien le habla a un perdido hermano de frágil memoria. ¿Cuándo te unirás conscientemente a nosotras?, parecían decir las amapolas. ¿Cuándo tu corazón mirará a través de tus ojos, y tomará posesión de tus manos?, coreaban algunas rocas. ¿Cuándo levantarás el vuelo del espíritu, y descubrirás lo pequeño de lo grande y lo grande de lo pequeño?, casi cantaba el águila en su majestuoso vuelo.

"Quizás la gran familia de la humanidad no es otra realmente que la gran familia planetaria", reflexionaba en voz alta mientras cruzaba el puente. A fin de cuentas, todo cuanto veía a mi alrededor no era otra cosa que mi verdadero hogar, el habitáculo de mis búsquedas, de mis preguntas y respuestas. Un mundo repleto de iguales, vestidos con ropajes diferentes y con cometidos distintos, que acompañan su caminar con diversas melodías integrantes todas de la sinfonía de la vida.

Durante mi paseo, en el quieto deambular de unos pies imaginarios acostumbrados a viajar de mundo en mundo, de estrella en estrella, volvía a encontrarme con la raíz de las más primigenias preguntas, de los más ancestrales misterios. Por eso, al cruzar el puente que une la realidad del Ser con la fragilidad de la Memoria Primigenia, puse toda mi atención en el caminante que pausadamente se dirigía hacia mí. Al ver su rostro, con sorpresa descubrí que era mi propio rostro. Y le pregunté:

- ¿Quién eres tú, que adornas tu alma con un rostro como el mío, como si expresión de una conciencia escindida fuera?

Serenamente, como si conociera la respuesta a toda pregunta, me contestó:

- ¿Acaso no sabes reconocer que el rostro de cada hombre es igual al de cada hombre? ¿Desde qué recóndito lugar de ti mismo te buscas que aún no has aprendido que todo cuanto ves fuera vive dentro de ti? No alimentes el sueño de lo diferente, del observador y lo observado, pues en la raíz de cada incógnita está su propia respuesta, en el inicio de cada camino está el final del mismo. El secreto de la Memoria Primigenia habita en tu propio laberinto.

Un relámpago, seguido de un trueno, atrajo mi atención. El cielo parecía haberse quebrado. Como si de una broma de la conciencia se tratase, me encontré sentado en mi sillón, ante la blanca pared que de vez en vez me veía meditar. Comenzaba a llover, y a darme cuenta de dónde estaba realmente. Mi viaje por la conciencia empezaba a parecerme producto de un sueño. Sin embargo, aún atesoraba la sensación de absoluta realidad que en todo momento me había acompañado. Quizás en este momento, al abrir los ojos, estaba realmente soñando. ¿Acaso no me encontraba ahora apresado por la férrea jaula de quien se cree limitado? ¿Acaso no es tan cierto el vuelo del águila como el aleteo del ángel?

Miguel Ángel del Puerto


 
© Fran S

2 comentarios:

  1. Gracias por compartir este cuento. Pensaba que era tuyo, porque perfectamente podías haberlo escrito tú. Un abrazo. Por cierto el sonido de la campanita tiene algo especial, es como si cada vez que suena te trae al momento presente del que tan, tan a menudo nos vamos.

    ResponderEliminar
  2. Muchas gracias Chelo.

    La verdad es que ultimamente me pasa mucho eso de encontrarme con escritos, libros o vídeos donde se dan charlas o conferencias y sentir que perfectamente podía haberlos escrito yo. Eso nos indica que cuando vibramos en una misma frecuencia, nos llegan las mismas ideas que a los que están en ella. Pronto te pasaré mis últimos escritos. Seguro que los disfrutarás.

    Besos y abrazos, tengo muchas cosas que contarte.

    ResponderEliminar

✿•*¨`*•.Déjanos una chispita de tu sabiduría.•*¨`*•✿

༺♥༻ ༺♥༻ Gracias ༺♥༻ ༺♥༻