Emociones e Inteligencia Emocional
¿Qué
son las emociones?
Las
emociones son reacciones psicofisiológicas que experimentamos como individuos
ante determinados estímulos externos o
internos (un objeto, una persona, un lugar, un suceso, un recuerdo, un
pensamiento o una vivencia). Se producen como respuesta a un proceso perceptivo
al que le sigue una valoración. El resultado es una reacción neuropsicológica,
comportamental o cognitiva. Es una reacción subjetiva con la que pueden
aparecer cambios orgánicos (fisiológicos y endocrinos) de origen innato.
Aunque
pudiera parecer lo mismo, existe una diferencia entre emoción y sentimiento.
Las emociones son las reacciones neurofisiológicas desencadenadas por un
estímulo interno o externo, como ya hemos explicado, y que cuenta con tan solo
unos segundos de duración. Sin embargo, el sentimiento es la autopercepción de
una determinada emoción, es la expresión subjetiva de las emociones. Mientras
que las emociones se producen de manera inconsciente, los sentimientos son la
forma consciente de las emociones, tienen un componente más racional y tienen
mayor duración.
En
los años 70, el psicólogo estadounidense Paul Ekman identificó seis emociones
básicas o primarias que, según él, se experimentan de forma universal en todas
las culturas humanas. Debido a ello concluyó que habrían de ser importantes
para la construcción del psiquismo en los humanos. En su observación, asoció
las emociones a distintas expresiones faciales que, bajo su punto de vista, son
involuntarias, inconscientes y universales, apuntando así a un origen biológico
de las mismas. Esta misma hipótesis del origen biológico de las emociones
frente al origen cultural de las mismas apoyado por algunos antropólogos como
es el caso de Margaret Mead, ya la sostenía Charles Darwin en el siglo XIX,
Darwin fue asimismo el primer científico en apuntar el origen genético de las
emociones estudiado en los animales.
Ekman
concluye que todos experimentamos las mismas emociones, pero lo haceos de
manera distinta. Remarca que la respuesta que cada uno dé a esa emoción y el
cómo la viva, es lo que marca la diferencia de actitud entre las personas.
Ekman
estableció seis categorías básicas de emociones, la combinación de las mismas
da lugar a varias categorías más. Para él las emociones son una activación del
cuerpo a modo de preparación para luchar contra una situación amenazante o huir
de ella.
• MIEDO.
Sensación de angustia ante la precepción de una amenaza o peligro que produce
ansiedad, incertidumbre, inseguridad. Está asociado a la supervivencia y puede
ser real o estar o inducido por la imaginación o la mente.
El
miedo hace que se tienda hacia la protección.
• SORPRESA.
Sobresalto, asombro, desconcierto. Es una reacción causada por algo imprevisto,
extraño, inesperado, desconocido o novedoso. Dura muy poco y sirve para
orientarnos.
Aporta orientación hacia la nueva situación.
• ASCO O
AVERSIÓN. Disgusto, asco, solemos alejarnos del objeto que nos produce
aversión. Genera una respuesta de rechazo y puede estar asociada a los
sentidos, sobre todo del olfato y el gusto.
Produce rechazo hacia lo que tenemos delante.
• IRA.
Rabia, enojo, resentimiento, furia, irritabilidad. Aparece ante situaciones
aversivas o cuando hay frustración porque las cosas no salen como queremos.
Nos induce a la destrucción.
• ALEGRÍA.
Diversión, euforia, gratificación. Aporta una sensación de bienestar, de
seguridad. Se da cuando se consigue o alcanza algo que la persona considera
positivo.
Nos motiva a reproducir ese suceso que nos hace
sentir bien.
• TRISTEZA.
Pena, soledad, pesimismo. Se produce un decaimiento del estado del ánimo de la
persona ante una pérdida, una decepción, un desengaño o un fracaso.
Motiva hacia una reintegración personal, la
búsqueda de soledad o por el contrario de compañía que consuele.
¿Qué es la Inteligencia Emocional?
La Inteligencia Emocional se podría
definir como la capacidad que tiene el ser humano para controlar y gestionar
positivamente sus emociones con el fin de vivir más plenamente, interactuando
con el mundo de forma receptiva y adecuada.
Daniel
Goleman la define como el conjunto de habilidades que sirven para expresar y
controlar los sentimientos de la manera más adecuada en el terreno personal y
social. Incluye, por tanto, un buen manejo de los sentimientos, motivación,
perseverancia, empatía y agilidad mental. Justo las cualidades que configuran
un carácter con una buena adaptación social.
Según
he encontrado por la web, las características básicas y propias de la persona
emocionalmente inteligente serían las siguientes:
• Autoconocimiento.
• Poseer
suficiente grado de autoestima.
• Ser
positiva.
• Saber
dar y recibir en equilibrio.
• Ser
empática (comprender los sentimientos de los otros).
• Reconocer
los propios sentimientos sin huir de ellos.
• Ser
capaz de expresar tanto los sentimientos positivos como los negativos.
• Ser
capaz de gestionar los sentimientos de manera adecuada.
• Sentir
motivación, ilusión e interés.
• Tener
valores alternativos.
• Saber
superar las dificultades y las frustraciones.
• Encontrar
equilibrio entre exigencia y tolerancia.
• Ser
resiliente.
La resiliencia es la capacidad que
tiene una persona de adaptarse y responder de manera positiva ante la
adversidad, un trauma, una tragedia, una amenaza, problemas familiares, de
salud, financieros, etc.
¿Cómo podemos ser resilientes?
1. Tratando
de no ver las crisis o los acontecimientos negativos como problemas
insuperables.
2. No
resistiéndonos a los cambios, sino más bien enfocarlos como parte de la vida y
adaptarnos a ellos de la manera más sencilla y flexible posible. Se dice que no
es más inteligente el que más sabe, sino el que menos tarda en adaptarse a los
cambios.
3. Centrándonos
en lo positivo de todo cuanto nos acontece.
4. Potenciando
así la autoestima para disfrutar de una salud mental sana.
5. Fomentando
el auto conocimiento y el auto descubrimiento.
6. No
huyendo de las emociones y los sentimientos que éstas nos provoquen.
7. Fijado
ciertos objetivos positivos para nuestra vida y enfocarnos en ellos con
decisión.
Después
de la teoría, me he ayudado de diversos artículos que he encontrado en la web
sobre emociones e Inteligencia Emocional para desarrollar la primera parte de
este artículo, vamos a pasar ahora a la parte más práctica.
¿Qué
tenemos que hacer para reconocer nuestras emociones y aprender a gestionarlas
de manera óptima para facilitarnos el día a día en nuestra vida?
Cuando
me documentaba para escribir este artículo, me he encontrado con algunos
escritos donde tienden a dividir, separar o calificar las emociones en
positivas y negativas, saludables y no saludables, agradables y
desagradables... A mi entender, creo que ha llegado el momento de obviar este
tipo de etiquetas. Como bien decía Shakespeare: “lo que sucede conviene”, es decir, todo lo que nos pasa lo hace
por alguna razón, si queremos enfocarnos en lo negativo podemos hacerlo y
seguir sufriendo. Sin embargo, considero que podemos transformar ese
pensamiento en algo más positivo, todo lo que nos sucede nos enriquece. Nada es
ni bueno ni malo si sabemos gestionarlo bien y quedarnos con la parte positiva
que nos aporta y el aprendizaje que nos brinda cada experiencia.
Partiendo
de esta base, ¿qué hacer cuando sentimos una emoción? La tendencia prístina del
ser humano es huir de aquello que lo saca de su zona de confort desde donde
cree tenerlo todo bajo control. Cuando algo nos hace sentir, nos pone en alerta
y, o bien solemos “eludirlo” y hacer como si nada hubiera pasado, o bien
echamos la culpa al otro para no hacernos responsables de nuestros propios
sentimientos; así no tenemos que reconocerlos como nuestros y seguiremos
responsabilizando a los demás de aquello que nos ocurre y nos vemos incapaces
de asumir por nosotros mismos.
Con
estas dos actitudes, nunca vamos a cultivar una salud mental “sana”, ni a ser
emocionalmente inteligentes, ni a coger las riendas de nuestra propia vida y
vivir esta experiencia humana con la que hemos sido obsequiados como humanos.
Querer huir para no sentir dolor o sufrir, para no enfrentarnos a nuestros miedos, para no tener el valor de mirarnos, observarnos y conocernos, para eludir tomar decisiones para nuestra vida, no es ninguna solución. Entonces, si decidimos hacernos cargo de nuestra propia vida y dejar de huir, ¿qué hacemos?, ¿cómo lo hacemos?
Mirándonos,
observándonos, aceptando, perdonando y agradeciendo. Siendo honestos con
nosotros mismos y con los demás.
Es
perentorio poner la mirada en nosotros mismos sin más dilación. Observar qué
sentimos en el momento que algo nos ocurre, sin juzgarlo, sin etiquetarlo, sin
ningún tipo de perjuicio, aceptándolo. Observar qué o cómo nos hace sentir
aquello que nos ha sucedido y rendirnos a vivir lo que sea que sintamos en ese
momento, la alegría, la rabia, la sorpresa, la repulsión, el miedo, la
tristeza. Vivir esa emoción sin querer maquillarla, desvirtuarla o camuflarla, siendo
honestos con nosotros mismos para descubrir qué hay detrás de esa emoción, qué
esconde ese miedo, esa tristeza, esa rabia, etc. y poder llegar así más allá de
lo que nunca hemos querido llegar. En lugar de rechazar el sentimiento que esa
emoción nos provoca, lo abrazamos y agradecemos, dándole la bienvenida por la
enseñanza que va a mostrarnos y la luz que va a aportar a nuestra ignorancia. Nos
daremos cuenta que eso que vamos a descubrir detrás del miedo, la rabia o la
tristeza, está sustentado por nuestros pensamientos, esos pensamientos que
creamos al haber vivido una experiencia similar, o por pensamientos heredados y
sostenidos en nuestras creencias, cultura, patrones limitantes y repetitivos
que nos tienen atrapados. Es por todo ello que debemos recordar en este momento
que nuestros pensamientos no son lo que somos, no nos definen y que esa
alquimia de la autotransformación se logra cuando dejamos ir esos pensamientos
limitantes y obsoletos que nos dañan y nos atrevemos a abrir la mente a
pensamientos nuevos que nos ayuden a transformarnos desde el corazón.
Por
supuesto que muchos procesos de los que vamos a vivir van a traer dolor, pero
es necesario aceptar y pasar por ese dolor para aprender a amarlo y, como
buenos alquimistas que somos, abrazarlo y transformarlo en amor.
Es
momento de abrazar aquello que sentimos aunque no nos guste, sobre todo si no
nos gusta; de darle amor, de no esconderlo debajo de la alfombra para que
desaparezca de nuestra vista y de nuestra vida y así podamos seguir engañándonos
a nosotros mismos como si no existiera. Aquello de lo que huimos nos persigue y
va con nosotros donde quiera que vayamos. Si seguimos huyendo, seguirán
llegando a nuestra vida situaciones parecidas a las que intentamos evitar donde
tengamos la sensación de “estar repitiendo la misma película o la misma
escena”, quizá con otros personajes y situaciones, pero al fin y al cabo la misma
experiencia. Y estas situaciones llegarán una y otra vez hasta que decidamos
hacernos conscientes de que no hay culpables de lo que nos ocurre fuera, que la
responsabilidad de vivir nuestra propia vida es nuestra y de nadie más y que el
trabajo está en nosotros y es interno.
Repito
de nuevo, mirarnos desde el respeto
y la aceptación, observarnos con
atención plena para saber qué está pasando con nosotros y aprender a conocernos.
Aceptar aquello que sentimos, aunque
no nos guste, sin necesidad de huir de ello, con honestidad, porque si no somos honestos, nos estamos engañando a
nosotros mismos. Hacemos un pequeño inciso aquí para recordar que no es lo
mismo aceptación que resignación. Aceptar te invita a cambiar, a moverte, a crear objetivos nuevos.
Sin embargo, el resignarse implica
no hacer nada para cambiar lo que nos está pasando. Mucho Perdón, muchos de nuestros procesos necesitarán grandes dosis de
perdón por nuestra parte, perdón hacia los demás por haberlos visto como una
amenaza en lugar de como maestros que venían a enseñarnos algunas lecciones que
necesitábamos aprender, perdón por culparlos de las desgracias que nos pasan,
en lugar de asumir la responsabilidad hacia nosotros mismos y nuestras propias
vidas. Sobre todo, perdón hacia nosotros mismos, por castigarnos, por la culpa
que nos hemos echado sobre las espaldas, por no habernos amado, ni aceptado, ni
respetado en muchas ocasiones, por habernos herido, por el dolor desgarrador
con el que hemos vivido algunas de nuestras experiencias, por aferrarnos al
sufrimiento hasta el punto de no saber vivir sin él… Concluimos con el agradecimiento, cuando lo llevamos todo
al filtro del agradecimiento, nos acercamos cada vez más al amor.
Agradecimiento por cada experiencia que nos enseña a ser más humanos y a vivir
la experiencia humana propia, no la de los demás, sino la nuestra.
Para
terminar, quisiera recordar la famosa frase de Pitágoras: “Educad a los niños y
no tendréis que castigar a los hombres”.
Estimo
que podemos adaptarla perfectamente al tema que nos ocupa hoy. Si enseñamos a
nuestros niños a vivir sus emociones sin disfrazarlas, sin esconderlas, sin
querer camuflarlas o cambiarlas. Si educamos a nuestros hijos para que sepan
poner nombre a lo que sienten y les enseñamos a gestionar aquello que sienten
desde pequeños, con aceptación, con empatía, con entendimiento y afecto,
haciéndoles entender que sientan lo que sientan está bien, que es perfecto y
que tienen derecho a sentir dolor, frustración, enfado, tristeza y a expresarlo
llorando o de cualquier otra manera que sea constructiva, del mismo modo que a
sentir alegría, felicidad y euforia y expresarla riendo o de cualquier otra
forma que sea constructiva; estaremos fomentando el desarrollo de la Inteligencia
Emocional y creando adultos con una salud mental óptima que sabrán gestionar
sus emociones de forma positiva y constructiva y por ende, a hacerse cargo de
sus vidas teniendo el control de aquello que sienten sin necesidad de culpar a
nadie por lo que les pase. Asumiendo la vida y asumiéndose así mismos.
Recordémonos
que aunque en este momento muchos de los que estamos leyendo este artículo
somos adultos, dentro de nosotros sigue habiendo un niño al que podemos
reeducar de nuevo para ser adultos mentalmente sanos, conscientes y decididos a
vivir esta experiencia humana implicándonos al 100% en ella.
Cuando
no permitimos que las emociones sean y se expresen de la manera adecuada y las
intentamos relegar al fondo de un pozo sin fondo para no sentir y evitar así el
sufrimiento, lo que realmente estamos haciendo es crear un caldo de cultivo que
tomará forma de monstruo dentro de nosotros emergiendo en el momento menos
oportuno y de la manera menos adecuada y descontrolada cuando menos lo
esperemos. Para que esto no ocurra, urge aprender a conectarse con las
emociones, sentirlas sin rechazo, abrazarlas y vivirlas del modo en el que se
presenten a la vez que hemos de seguir indagando en nosotros mismos para
descubrir lo que hay detrás de cada estado de ánimo.
Gracias
por acompañarme hasta aquí.
Gracias por las imágenes.
©Paqui
Sánchez
Buena frase, "lo que nos ocurre, conviene." Qué razón tiene tu texto. La teoría, a veces, la olvido, imagínate llevarla a la práctica. Tienes toda la razón... es un gran artículo, para leer cien veces y aprehender.
ResponderEliminarUn mundo el de las emociones y sentimientos, quizás situaciones como la pandemia o este tiempo convulso que nos toca vivir nos lleve a estar emocionalmente decaídos, no sé... me ha gustado mucho leerte. Abrazos
Gracias de nuevo, me ha hecho mucha ilusión verte hoy por aquí.
EliminarEstamos en un momento complicado y evidentemente todo nos afecta mucho más después de los dos años que llevamos, Sin embargo se trata de eso, de dejar salir esos sentimientos y poner nombre a nuestras emociones para ir conociéndonos mejor y sanando. Con respeto y honestidad hacia nosotros mismos.
Un cálido abrazo querida.