EL
TRIGO DORADO
Había
un lejano país cuyos habitantes se pasaban la vida excavando la tierra en busca
de tesoros. Era lo único que querían hacer: Encontrar un tesoro. Pero a pesar
de que durante muchísimos años cavaron y cavaron, nunca hallaron nada. Por esa
razón todos andaban siempre tristes y el rey se había vuelto muy irritable.
Cierto
día llegó a ese país un joven alegre y contento, que caminaba saltando y
bailando mientras silbaba una bella canción. Los cavadores le aconsejaron que
dejara de silbar, porque el rey, que siempre estaba enojado, podía condenarlo a
muerte. El joven rió y pidió que lo llevaran a presencia del rey. Los cavadores
dejaron su tarea asustados y sorprendidos y lo condujeron al palacio real. En
el camino le preguntaron:
-
¿Cómo te llamas?
- Oved
-respondió el joven.
- ¿Por
qué silbas todo el tiempo?
-
Porque me siento bien y estoy contento.
- ¿Por
qué estás tan contento?
-
Porque poseo mucho oro.
Al oír
esto, sus acompañantes se regocijaron grandemente, y al llegar al palacio
refirieron todo al rey.
El rey
pregunto a Oved:
- ¿Es
verdad lo que dicen que posees mucho oro?
- Es
verdad. Tengo siete bolsas repletas de oro.
El rey
se entusiasmó y ordenó que le llevaran todo el oro. Pero Oved sonrió y le dijo:
- No
se apresure, Majestad. Hace falta mucho tiempo para que ese oro llegue hasta
aquí. Se halla en una caverna, cuidado por un monstruo de siete cabezas. Sólo
yo puedo sacarlo de allí. Deme todos sus hombres durante un año, y con la ayuda
de ellos podré liberar el oro de las garras del monstruo.
El rey
no tenía alternativa, e hizo lo que Oved le había pedido: puso a su disposición
a todos sus súbditos, a quienes ordenó que cumplieran las indicaciones del
joven.
Oved
ordenó a la gente que buscaran caballos y bueyes, que tomaran azadas y arados y
que roturaran todas las tierras fértiles del reino. Después de arar les ordenó
que sembraran, y cuando llegó el tiempo de la cosecha, llenaron setenta carros
con un trigo de la mejor calidad. Durante todo ese tiempo, el rey alertaba a
Oved una y otra vez:
- Si
al cabo del año no me traes las siete bolsas repletas de oro, te haré matar...
Oved
le explicaba:
-
Necesito este trigo para tapar las bocas del monstruo-, mientras silbaba y
cantaba.
Durante
siete días anduvo Oved a la cabeza de la caravana de los setenta carros
cargados hasta el tope, hasta que llegaron a una gran ciudad ubicada en medio
de un páramo. Cuando los mercaderes de la ciudad vieron el trigo, pagaron por
él mucho dinero: siete bolsas de oro.
Pasaron
otros siete días y Oved regresó al palacio real. Al verlo, el rey le preguntó:
- ¿Has
logrado vencer al monstruo?
Oved
rió y le respondió:
- Si,
Su Alteza, lo he logrado, porque el monstruo no es otro que la pereza de sus
súbditos.
Cuando
el rey oyó el relato de Oved y vio las bolsas repletas de oro, exclamó
asombrado:
- En
verdad, el que labra su tierra se saciará de pan. Nosotros mismos podemos
extraer anualmente de nuestra tierra siete bolsas de oro, y aun más que eso.
Por favor, Oved, quédate aquí y reina sobre mis súbditos. Bajo tu reinado
aprenderán a trabajar y amar el esfuerzo.
Oved
se negó y agregó:
- En
el mundo queda aun mucha gente que no conoce el secreto de la agricultura, y la
bendición que ésta puede traerles. Debo enseñarles a roturar, arar y sembrar,
debo revelarles el secreto del trigo dorado que se convierte en pan.
Y
volvió a andar por los caminos, feliz y contento como siempre.
Cuento
popular judío
© Ahava Iesu
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