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viernes, 14 de septiembre de 2018

DÉJALA QUE BAILE...



Déjala que baile…

“Déjala que baile con otros zapatos,
Unos que no aprieten cuando quiera dar sus pasos.
Déjala que baile con faldas de vuelo,
Con los pies descalzos DIBUJANDO un mundo nuevo.

Esta canción y yo tenemos un vínculo muy especial. Es una canción cuya profundidad ha tocado a mucha gente y con permiso de Melendi, Alejandro Sanz y Arkano, les tomo prestado tanto el título como la sinfonía y principalmente este trocito del estribillo para dar a luz este nuevo post, a la vez que agradezco enormemente que esta canción naciera justo en el momento en el que yo la necesitaba. 

A veces la siento como si hubiera sido escrita para mí, evidentemente el sentir de muchos, la siento como un mensaje a mi alma que me haría recordar lo que siempre he sabido, la importancia de no proyectar los miedos personales en nuestros hijos, de no querer convertirlos en “nosotros”, ni en nuestras carencias o excesos. 

Esta canción y yo tenemos una historia, una lección de vida.

¿Quieres que te la cuente? Pues quédate conmigo un poquito más, porque quién sabe si tú habrás vivido ya esta experiencia y podemos compartirla, o tal vez la vivirás en breve y pueda ayudarte. Quizá esto que te voy a contar actúe en ti del mismo modo que esos “zapatos” lo hicieron en mí.

Todo comenzó con una niña, sí, una niñita preciosa con sus vivarachos ojos azules, sus dorados cabellos llenos de bucles y una carita preciosa llena de pequitas sobre su nariz y pómulos, como si hubiera recibido decenas de besos del Sol. Una niña con una sonrisa capaz de acariciarte el alma. Era una monada de nena, pero si había algo que la caracterizaba era la nobleza de su corazón puro, su bondad, su extrema sensibilidad y su risa contagiosa, cuando reía se transformaba por completo en pura alegría. Una niña inteligente, intrépida y llena de vitalidad. Desde que era prácticamente un bebé, la única forma que tenía su mami de tenerla un ratito tranquila era dándole una libreta y un lápiz, de hecho desde que pudo sostenerlos en sus manitas de gordezuelos deditos, los demandaba constantemente. Por tanto, su mamá cargaba siempre en su bolso una libreta y lápices de colores y en cuanto la niña se excitaba en exceso sacaba la libreta mágica y su hijita se relajaba extendiendo los bracitos hacia los colores y su libretita diciendo, si su mamá se demoraba un poco más de la cuenta en dárselos: “ame mami, ame ya” (dame mami, dámelo ya). Esos rayajos eran papá y mamá y ella, por supuesto, hasta que llegó su hermanito y fue incluido en los dibujos también como un rayajo más. Y esos rayajos se fueron transformando con el tiempo. La niña ya no iba en el carrito porque lo ocupó su hermanito, pero mamá seguía llevando en su bolso libretas y colores, ¡hasta la pizarra mágica que habían traído los Reyes Magos! Y la niña iba dibujando allá por donde fuera que acompañara a su mamá. Y esos rayajos siguieron transformándose en otras cosas que empezaron a adquirir forma, volumen y belleza. Ya no hacía falta explicar quién era papá o dónde estaba mamá en aquellos dibujos, pues quien observara un dibujo lo percibía perfectamente. La niña gustaba de las miniaturas, dibujaba todo pequeñito, y esto lo dejo caer aquí porque aunque en su momento no tenía importancia, todo en la vida se hila para entender los porqués y los cómos de las cosas. Aunque esa niña de la que hablo todo el tiempo apenas está empezando a caminar su vida y no se sabe nada más de su andadura; sí muestra su danza en cada paso que da, es minuciosa en su trabajo, y trabaja el detalle hasta la perfección.

La niña siguió creciendo y su mamá, que era muy consciente que debía apoyarla para fomentar más sus dones, destrezas y talentos, le buscó un lugar donde aprender a colorear, de los colores pasó a dibujar sobre papel, a sombrear, a dar vida a sus dibujos, expresión a los ojos, los rostros… y a dibujar animales haciéndose experta en los pelajes, los bigotes, los morritos, la rugosidad y textura de la piel... 

Quizá sea una anécdota más, pero tal vez este sea el momento de decirte que desde pequeñita su pasión eran los animales (mamá además de libretas y colores, también llevaba siempre en su bolso caballitos, pues un caballito en un momento determinado podía suponer la “salvación del mundo”, entiéndase un centro comercial abarrotado de gente y una pataleta a punto de estallar, como ejemplo). Si hay algo donde la niña demuestra talento absoluto, es dibujando animales. Llegados a este punto, no puedo reprimir las ganas de compartir una vez más que todo, absolutamente todo en esta vida está conectado. Y puede ser paranoia, pero donde otros sólo ven casualidades, yo veo conexiones mágicas que me hablan y confirman lo que mi alma ya sabe. 

No me cabe la menor duda de que su amor por los animales desde que era pequeñita ha hecho que sus dibujos de animales sean algo especial, aunque todos en sí lo son. ¡Qué va a decir esta observadora!

Esa niñita preciosa siguió creciendo, cambió de estudio, aprendió muchas cosas más con otra profesora, técnicas nuevas, coqueteó con materiales diversos y acabó con un lienzo en blanco delante intentando atrapar en un trocito de tela blanca un otoño que su madre capturó en un bosque donde reinaba la magia y danzaban las hadas.

Creció tanto que llegó el momento de hacer la primera elección importante de su vida. Con tan solo 16 años nuestros hijos se ven hoy en día en la obligación de elegir qué quieren ser de mayores. Y si no tienen una carrera ya elegida, es un gran quebradero de cabeza. Por tanto con 16 años, se convierten en “mayores” a la fuerza estén o no maduros para ello.

Esta niña, transformada en adolescente, con sus sensibles e inteligentes ojos azules, su melena dorada, ora ondulada, por debajo de la cintura y un carácter más formado que a ratos rivaliza con su sensibilidad (y eso que no veía “Pepa Pig” de pequeña, ¡no digo más!). Era de las que no tenía elegida profesión. Externamente no sabía qué hacer (internamente siempre lo supo, después lo confesó), pero se eligió el 4º de la ESO enfocado a las ciencias, no sé si con la intención de engañar a todos o con la idea de estudiar alguna carrera de ciencias. Y cuando llegó el momento de compilar los papeles (que ahora son cibernéticos y no físicos) para elegir Bachillerato no sabía qué hacer. ¿Ciencias o Artes? ¿Artes o Ciencias? Porque aunque devora libros, las letras en sí, como que no.

Y la sesión online caducó varias veces esperando su respuesta mientras el padre de la “niña” rellenaba una y otra vez los formularios para la reserva de plaza (dado que cada vez que caduca la sesión, has de comenzar de nuevo).

Como ésta es una de esas niñas excelente en todas las asignaturas, destacando casi todas por igual (siempre el dibujo con un extra sobre el resto), y teniendo en cuenta que “no lo tenía claro”, la elección era doblemente difícil. Lo único que sí tenía claro es que ni quería ser médico, ni enfermera. Su mamá le había explicado muchas veces que tenía opciones, le había dicho que evidentemente tenía talento para el dibujo, pero que igualmente podía estudiar cualquier carrera de ciencias (que era lo que más le llamaba la atención después del dibujo, claro está) y hacer del dibujo su hobby, su momento relax. Su mamá le dijo, palabras textuales: “Puedes estudiar arte y hacer de tu talento tu profesión y tu vida, o bien puedes estudiar cualquier carrera de ciencias y dibujar en tus ratos libres, siempre hay elección y eres tú quien debe decidir y elegir lo que quieres para tu vida”. 

Y el miedo apostilló en ese momento, pensando que era el mejor consejo que podía darle, porque la quería y deseaba “lo mejor para ella”: “Pero si decides hacer arte, aprueba una oposición de docente para asegurarte la vida y garantizarte un plato de comida sobre la mesa (si puedes elegir qué comer, mejor todavía) y si además vendes cuadros mucho mejor”. Y se quedó más ancha que larga pensando que había hablado la sabiduría interna sin darse cuenta de que el mensaje que le estaba trasmitiendo era, “no confío en ti, no confío en el proceso de la vida, no confío en que vaya a salir bien, no confío en que tengas talento suficiente como para ganarte la vida cómodamente como pintora”. Hasta que se dio cuenta que estaba repitiendo el mismo patrón que había permitido que minara su vida y transmitiendo el mismo mensaje que ella había recibido, pero con unas palabras más selectas. 

Sin embargo, durante el curso escolar la niña no decía nada, no se decidía. Hasta que el sistema le exigió una respuesta y se encendió la aleta roja, pues quedaban dos días para presentar la instancia.

Entonces su mamá, que había estado hablando con una amiga que se encontró por la calle precisamente esa misma mañana y le había dicho: “…todavía no lo tiene claro, está dudando entre ciencias y arte, pero le he dicho que hoy tiene que decidirse ya. Yo creo que al final hará ciencias… (bla, bla, bla)”. Y cuando llegó la noche, ante la todavía indecisión de la niña le dijo: “Vamos a rellenar el formulario, ¿entonces qué decides, ciencias?”. Pero la niña respondía: “Ay, no sé, qué difícil es esto, ¿por qué tengo que decidirlo yo? Decide tú por mí. Hago lo que tú quieras”. “No hay más tiempo cariño y ya te he explicado que la elección es tuya. Yo no puedo decidir por ti, eres tú quien debe saber qué quieres hacer. No es necesario elegir carrera en este momento, pero sí la rama que desees estudiar.” – Le dijo su mamá permitiéndole unos minutos más. Entonces su mamá, que lleva una brujita dentro, después de haber propuesto dos veces las ciencias obteniendo la misma respuesta (ese: “Ay, no sé”), le dijo a su papá: “Pon Arte”. “¿Qué? – exclamó el papá después de dos intentos fallidos de “noses” con las ciencias. “Que selecciones el Bachillerato Artístico” – replicó la mamá.  La niña, que estaba envuelta en su larga melena dorada escondiéndose del mundo y de ella misma, exhaló un “Sí” que le salió directamente del alma.

Y su madre, que tenía tantos prejuicios dentro como el resto del mundo pueda tener y unos pocos más, aunque sabía que era la mejor elección que podía haber tomado, se rompió por dentro en mil pedazos en aquel momento.

Dentro de sí, una voz burlesca, sobrada y soberbia, se notaba que creía estar en posesión de la verdad absoluta, le dijo: “¡Qué desperdicio! Esta niña tiene una capacidad extraordinaria para hacer cualquier carrera de ciencias. Sería un médico excelente”.

Pero no solo habló una voz, de pronto otra más dulce, que no sentía necesidad de elevar el tono de voz para imponerse porque sabía que desde la suavidad y la ternura el agua moldea la piedra hasta esculpirla a su manera sin necesidad de cincel ni escoplo, dijo: “No seas necia, sabes perfectamente que sería infeliz si fuera médico. La resonancia de su alma es otra. Su alma ha dicho sí y en esa respuesta está guardada toda su dicha y su felicidad y tú lo sabes mejor que nadie, incluso mejor que ella misma y siempre lo supiste. Tú sabías que este era su camino desde que llegó a este mundo, porque en cada momento has tenido señales que te lo han mostrado con toda claridad.”

Pero la otra voz, esa que sí necesita gritar porque cree que así se la escucha más, impone más y se le va a hacer más caso, esa otra voz que agarra el cincel, el escoplo y se lía a golpes con la piedra rompiéndola en cientos de trozos, replicó: “Pero las carreras de ciencias están mejor vistas, más valoradas, más pagadas, ¿tú sabes qué prestigio si estudiara una carrera de ciencias?, su vida  y su economía estarían resueltas para siempre”.

La voz suave, que seguía sintiendo que no necesitaba elevar el tono para hacerse entender respondió: “No tenía ni idea de que fueras una snob, es la primera vez que cobra vida en ti ese pensamiento tan limitante como incierto. Yo creo que no te importa realmente el “prestigio” y que no existe nada que no sea prestigioso o que lo sea más que otra cosa y tú lo sabes, te lo has inventado para buscarte una excusa que evite enfrentarte a tus miedos. Estás disfrazando la realidad porque temes enfrentarla. Yo sé lo que te pasa y te lo voy a decir, para que tú también seas consciente de ello, porque al parecer, aunque lo sabes de sobra, necesitas que yo te lo recuerde. Dentro de ti hay una herida que necesita sanar, tus miedos, tus pensamientos limitantes, las opiniones que has escuchado durante toda tu vida de tus padres, todos esos: “mira tu amiga tal que estudió ciencias y se colocó casi antes de terminar la carrera”, “has elegido algo sin salida”, “si hubieras estudiado otra cosa”… Toda esta vorágine de pensamientos limitantes ha condicionado tu vida porque tú así lo has permitido… Todo esto ha propiciado que tengas esos miedos, miedo a que si no estudia una carrera de ciencias no pueda brillar, ni ser feliz, ni tener un buen trabajo, ni disfrutar de abundancia económica, ni ser lo suficientemente buena. Su trabajo es estudiar un bachillerato artístico en este momento porque es lo que está escrito en su alma y tú lo puedes leer. El tuyo, por otro lado, lidiar con tus miedos, reconocerlos, agradecerles la enseñanza y la maestría que te han aportado, honrarlos y liberarlos para superarlos. Y honrar igualmente a tu padre y a tu madre, porque si tú hubieras sido ellos, habrías hecho lo mismo (porque habrías sido “ellos”, con la información que ellos tenían, con sus estados de conciencia, con las influencias que recibieron a su vez de sus padres…), sí, reconócelo, habrías hecho lo mismo. Ahora, sabiendo que eres la maga que puede cambiar esos pensamientos limitantes, coge tu varita y transforma tus creencias de nuevo.

Ella no es tú, tú no eres ella. No contamines su mente del modo en el que tu experiencia permitió que se contaminara la tuya porque tu aprendizaje era otro, era llegar a este punto para sanar y tu hija era quien se comprometió a ayudarte a conseguirlo, ella y todos los demás que se pusieron de acuerdo contigo antes de encarnar.

Y mientras en soledad seguía escuchando voces y lloraba a moco tendido esos miedos que habían estado dentro tantos años, desde you tube comenzaron a filtrarse los acordes de esta canción “Déjala que baile” y la voz de Melendi penetró en su mente y la de Alejando Sanz la acunó mientras el estribillo la lanzó al espacio sideral para ser rematada por las verdades de  Arkano.

“Déjala que baile con otros zapatos,
Unos que no aprieten cuando quiera dar sus pasos.
Déjala que baile con faldas de vuelo,
Con los pies descalzos DIBUJANDO un mundo nuevo.”

***
“Déjala que baile en esta fiesta,
Con la idea de liberarse de una moral impuesta,
De no culpabilizarse por buscar la respuesta,
Si tiene que casarse que sea con su protesta.
Este solo es mi humilde modo de decir
Que aquel que busca un florero es que no cuida su jardín.
Así que olvida todo lo aprendido y sal a bailar,
Pues ninguna estrella pide permiso para brillar”.

¿Por qué hay que forzar? Si aunque sea una niña 10 necesita trabajar mucho en algunas asignaturas para alcanzar la misma nota que en dibujo tiene asegurada desde principio de curso disfrutando con cada trazo, sin esfuerzo y perdiendo el sentido del espacio y el tiempo en cada curva, reflejando su alma en cada mirada, cada bigote, cada piel, cada pliegue de tela o cada pelaje que su lápiz traza. ¿Por qué se tiene que calzar las Mates y la Física y Química que le aprietan si dibujar la libera aunque el resultado final sea igual de excelente?

¿Por qué verse uno obligado a llevar unos zapatos que le hacen daño si hay otro par al lado que está hecho justo a tu medida y lleva tu nombre escrito? ¡Pero si eres igualmente brillante!

Somos, en parte somos, nuestros pensamientos, somos nuestras experiencias y vivencias, somos los límites que nuestros padres nos han puesto, somos los decretos de nuestros ancestros, somos pensamientos limitantes, todos los “no puedo”, todos los “no soy capaz”, todos los “no soy lo suficientemente buena”, todos los “me equivoqué”, procedentes de todos esos “no puedes”, los “no eres capaz”, los “no eres lo suficientemente buena” y los “te equivocaste” que nos han dicho una y otra vez las personas que más influencia han tenido sobre nosotros durante nuestra infancia; es decir, padres, profesores, amigos… Y no porque quisieran dañarnos, no porque no nos amaran con toda el alma, sino porque su estado de conciencia no les permitía verlo, sentirlo o expresarlo de otra manera. Y si yo hubiera sido ellos, habría hecho lo mismo, porque habría tenido la misma conciencia, porque habría recibido a mi vez los mensajes de sus padres (que hubieran sido los míos) y habría vivido sus mismas condiciones de vida. 

¡Habría hecho lo mismo! Sí. Y reconocerlo me libera y se lleva todo el juicio, y las acusaciones y el dolor y la culpa dejando lugar para la comprensión, la aceptación y la sabiduría de que ahora, puedo cambiar todo eso y convertir todo ese “dolor cristalizado” en “amor liberador”. Me doy permiso para perdonarme por haber creído en esos pensamientos y haberles dado poder para que dominaran y controlaran mi vida. 

Y tú también habrías hecho lo mismo. Analiza este punto y si te resuena que tú también tienes algo que sanar, sánalo. Por ti, porque no hay nada más liberador que sentirse en paz. Y la paz más absoluta llega cuando dejas de juzgar lo que otro hizo mal, según tu conciencia. Porque si lo “hizo mal”, fue porque su alma se comprometió con la tuya que actuaría así para ayudarte a ti en tu plan de vida, para que pudieras trabajar en tus “asignaturas pendientes”. Por tanto no lo odies, no le maldigas, no le guardes rencor o sientas rabias; todo lo contrario, agradece y bendice sus acciones porque te están dando la oportunidad que necesitas para sanar y seguir tu camino.

Sin embargo; también somos aquellos, los únicos realmente, que contamos con la capacidad suficiente para afrontar nuestros miedos, acallar las voces, silenciar los desprestigios, romper los límites y transformar los decretos. Somos los únicos capaces de transformar nuestras vidas.

¿Quieres saber cómo acaba esta historia?

Pues con esa canción, esa mamá se dio cuenta de que el Universo (al que intenta escuchar porque sabe que le habla desde siempre), le decía: “Tranquila, no solo le va a ir bien, sino que cuando se calce sus propios zapatos, esos que no aprieten cuando quiera dar sus pasos, esos que le van a permitir dibujar un mundo nuevo; va a brillar y su alma se expandirá del tal modo que la felicidad será su modo de vida permanente, pues “ninguna estrella pide permiso para brillar”. Su alma se expresa a través de sus trazos y de ese lápiz que tú pusiste en su mano (inconscientemente) antes de que supiera ni tan siquiera pedírtelo con palabras.” Y entonces el llanto de la madre se hizo más fuerte, las lágrimas que surcaban su rostro sin consuelo se convirtieron en un riachuelo. Ese llanto se transformó en un llanto de liberación y sanación de memorias ancestrales y actuales. Así de fácil es sanar, así de fácil es pegar los trozos rotos del alma para poder reseguirlos con los dedos por esas grietas, por esas fisuras recién pegadas que nos recordarán la lección aprendida mientas la yema del dedo recorre estrías diversas fijando el aprendizaje en la memoria del alma. Así de fácil es seguir un camino nuevo.

Érase una vez, una madre con tanto miedo que quería controlar el destino de su hija para asegurarle su futuro, aun sabiendo mejor que nadie que el destino es incontrolable y que en esto de la vida se trata de “confiar y fluir”. Con la ansiosa esperanza y el deseo de su corazón de que tuviera una “vida mejor”. ¿Una vida mejor? ¿Qué es una vida mejor? Lo que en el corazón de esa madre palpita es realmente el deseo de que su hija sea feliz. Y eso sí que es una vida mejor, la mejor vida que se puede tener, la que te hace feliz haciendo aquello que a cada uno le hace vibrar el alma.

Porque, ¿qué sentido tiene tener un trabajo en el que pasas la mayor parte de tu vida y que no te satisfaga y estar desesperado esperando que acabe tu jornada laboral para poder disfrutar durante tan solo unos minutos de tu verdadera vocación, si además puedes elegir hacer de esa vocación tu vida y tu disfrute total y pleno?

Hay personas que me han contado que los padres de algunos conocidos no les permitieron hacer a sus hijos lo que verdaderamente querían porque no eran “carreras de prestigio” y ellos, con sus calificaciones y cualificación, podían ser “mucho más”. Sé, porque así me consta, que estas personas son hoy en día maravillosos profesionales y disfrutan de su trabajo enormemente, serán eminencias con el tiempo en el desempeño de esos trabajos “importantes”. Pero cuando brillan de manera excepcional es cuando durante un rato cogen el lápiz, el ordenador, la cámara de fotos, el piano… y crean olvidándose del espacio y el tiempo e incluso de ellos mismos. Por un momento se convierten en Uno con el Todo y se funden con el Universo.

Y esto me conduce a abrir otro grupo de preguntas, el último. ¿Qué significa tener un trabajo “importante”? ¿Qué profesional según tú, ejerce el trabajo más “importante”? ¿Un médico o profesional de la salud que “salva” vidas? ¿Un basurero, que recoge todas las basuras que tú tiras sin mirar dónde caen y gracias al cual puedes vivir y respirar un ambiente “sano” para tu salud en la ciudad? ¿Tal vez un artista que te hace reír, disfrutar y te alegra el alma llenándolo todo de belleza y color para que siga estando “sana”? ¿O un escritor que con sus historias te ayuda a imaginar, a soñar y a vivir experiencias que de otra manera no te permitirías? ¿Quizá un docente que te ensañará a plantar las semillas que cultivarán tu corazón para desarrollarte profesionalmente y proporcionarte un posible medio de vida junto a las herramientas que harán que tu vida esté equilibrada y “sana”? ¿El juez que te acusa o absuelve? ¿El abogado que te defiende? ¿El comerciante que te vende la comida? ¿El agricultor que te proporciona alimento? ¿El fontanero? ¿El electricista? ¿El del seguro?...

Sinceramente creo que no hay un trabajo más importante que el otro. Vuelvo a afirmarme en que todos estamos conectados y la distribución de tareas también parecería que estaba pactada antes de encarnar, según la evolución del alma de cada cual. Porque necesitamos de "todos", absolutamente de todos para tener una vida equilibrada.

Si esa madre tuvo algo claro en su vida desde que tuvo la bendición de ser madre, es que nunca obligaría a sus hijos a estudiar otra cosa que no fuera lo que ellos mismo eligieran. Quizá porque a ella también le permitieron elegir, quizá porque entiende que cada cual ha de seguir los dictados de su propio corazón, su instinto, quizá porque está conectada con una sabiduría sagrada, ancestral que la ayuda a respetar al prójimo… Aunque todo esto no quiere decir que esa madre no tenga aprendizaje que integrar, todo lo contrario. Esta es la escuela de la vida y aquí hay lecciones y aprendizaje para todos.

Pero claro, pronto llegó el temido “desprestigio” al que la madre temía en el comentario de una compañera que había elegido ciencias. Y la niña llegó a casa enfadada, hasta el punto de decir: “Pero qué se cree, si mis notas son mucho mejores que las suyas...”.

Y su madre, que ya se sentía mucho más serena tras la removida emocional, le contó cómo había vivido ella esta historia y le dijo que lo que le acababa de pasar era justo el temor que ella sentía y el dolor que le quería haber evitado. La madre le dijo a esa niña que dentro de ella tenía que tener las cosas claras, que no tenía que justificarse ante los comentarios desdeñosos hacia el bachillerato artístico, ni entrar en el bucle destructivo de tener que defender su trabajo ante los ojos de quien no supiera apreciarlo, no tenemos que seguir justificando nuestras decisiones. Si uno está seguro de sí mismo no necesita “defender” lo que otro ataca por ignorancia, la ignorancia es uno de los peores enemigos del ser humano y muy colega del ego.

Le dijo: “Tú tienes que tener clara tu valía y saber que podrías haber estudiado cualquier carrera porque tu capacidad te lo permite, tus notas te lo corroboran y valorar que has elegido libremente aquello que deseas hacer realmente (que como ya me has dicho, a algunos de tus compañeros, sus padres no les han dado elección). Sabes que has elegido lo correcto porque hasta la expresión de tu cara ha cambiado. Tus ojos sonríen de felicidad. No hagas caso de comentarios maliciosos dichos por la impotencia que alguien pueda sentir en un momento determinado al sentirse sobrepasado. Trabaja, demuéstrate a ti misma tu valía, trabaja cada día para superarte a ti misma y no prestes atención a los comentarios de personas que solo buscan herir, pelear, o esconder sus propios miedos atacando o desprestigiando a otros. No desgastes tu energía en justificaciones sin sentido, porque quien piensa así, no va a entender lo que tú le quieras trasmitir con explicaciones ni concisas ni extensas. Simplemente porque No está preparada para ver más allá de su propia creencia”.

Hasta el abuelo de la niña le preguntó a su madre si “eso” tenía salida, si iba a tener trabajo el día de mañana. Y la madre, con el cuerpo aún removido por los cercanos acontecimientos y los recuerdos de sus propias vivencias, tuvo que recordarse que ya no era esa niña asustada e indefensa que se encogía ante algunos comentarios de los adultos y le respondió a su padre: “¿Y cómo voy yo a saber lo que va a ser de su vida papá? Lo único que sé es que va a hacer lo que le gusta y eso ya la está haciendo feliz, es muy importante estudiar lo que a uno le gusta. Ella ha elegido y ha elegido bien, lo que ocurra después no lo sabemos, hoy en día hay muchas salidas dentro del arte… Lo que yo quiero para ella es que sea feliz”. Y eso se lo decía la madre al abuelo mientras abuelo, abuela y madre contemplaban el último oleo que había pintado la niña, una puerta abierta hacia la vida, hacia la esperanza, hacia la inmensidad del mar y del cielo, hacia las estrellas y hacia el universo. Hacia la libertad y la valentía de decidir vivir sin miedo y de confiar en el proceso de la vida. Vida, a ti me entrego, en ti confio.

Y llegaron comentarios que decían: “¡Qué desperdicio de mente privilegiada!”, siempre en el buen sentido, pues la madre reconocía que hasta ella misma había tenido este pensamiento, pero cuando lo dice otro, parece que es distinto. “Podía haber sido lo que hubiera querido”… ¡Qué mentes más estrechas tenemos! No “podía haber sido lo que hubiera querido”, “va a ser” lo que ella quiera ser. Y en este momento es tremendamente feliz, le encantan sus profesores, las asignaturas y está tan emocionada que no cabe en sí de gozo. Por gustarle le gusta hasta el aula donde imparten las clases porque “bellas artes” está situado en el pabellón nuevo.

Hace unos días tuvimos una comida familiar y alguien me dijo: “¿Y le has permitido que coja arte? Pero si eso no tiene salida, yo no la hubiera dejado…”.

Y ella, que evidentemente como ya habrás adivinado es mi hija, después me dijo: “Mamá, menos mal que mi madre eres tú”. 

Y ahora le digo: Es que no cabía otra posibilidad hija mía, para mí la única opción era respetar tus decisiones y apoyarte durante todo tu camino, sin juicio. Solo puedo darte las gracias por haberme escogido como madre, gracias por proporcionarme tantas alegrías y satisfacciones y gracias por ponerme delante la experiencia que necesitaba vivir para enfrentarme a mis miedos, a mis pensamientos limitantes y sanar una parte de mi alma. 

Gracias por ser siempre mi hija y a veces mi maestra.

Y ahora, con toda esa alegría y excitación que te sale por los poros y que no puedes controlar, a crear ese "cuaderno de viaje" con 15 dibujos por trimestre con diferentes técnicas, más un blog, más todos los trabajos que se te pedirán en tan solo 1 asignatura de arte.

Ahora a trabajar, a seguir adelante y a disfrutar del camino.

Te amo y te bendigo y deseo que tu vida también esté llena de magia como lo está la mía.

©Paqui Sánchez






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