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martes, 27 de septiembre de 2022

SEPTIEMBRE

 

Septiembre

Llega septiembre y como es un mes que me inspira, no puedo dejarlo pasar sin dedicarle unos pensamientos que llevan macerando en mí unas semanas.

Me gustan esos meses en los que se produce un cambio de estación porque observar a la Madre Tierra hacer sus transiciones con sencillez, humildad y sutileza siempre es un gran aprendizaje y una infinita delectación.

Si además se me permite elegir entre esos meses en particular, sin ninguna duda, me quedo con aquellos en los que tienen lugar los equinoccios, especialmente con septiembre.

Todo comienza con el cambio de color y posición de la luz y del Sol como su transmisor. La luz va perdiendo potencia y ese brillo intenso que lució durante el verano para tornarse más cálida, adquiere tonalidades ocres, doradas, tierra, siena, más dulces y acarameladas. La luz va menguando cediendo paso a la oscuridad que se cierne tintando los cielos con pinceladas añiles y violetas a media tarde. Este cambio que se produce en la luz del sol es una invitación que nos hace la propia vida a iniciar ese camino hacia dentro, para volvernos más contemplativos y observadores de todo cuanto nos rodea y, principalmente, de nosotros mismos. Es como si la luz externa se diluyera para que centremos nuestra atención en esa llama interna prendida en nuestro corazón y la alimentemos y avivemos para que su fulgor titilante no decaiga, sino que se active hasta alcanzar la consciencia y poder acariciarla con las yemas de su llama.

Si hay algo que no me gusta de este equinoccio en particular es que la luz disminuye drásticamente, la energía excelsa del verano se calma dando paso a un estado de sosiego, paz y quietud, tan necesario para iniciar el proceso de integración de todo lo aprendido. Es una etapa de “pre-muerte” en la que tanto la luz como la energía eximia del estío comienzan a decaer acercándonos a ese invierno oscuro y lúgubre en el que todo parece haber perdido la vida hasta que vuelve a despertar con la llegada de la luz y la nueva primavera. Concluyen los excesos y comienza un período de cambio que nos ayuda a hacer el camino más liviano. Soltamos no solo cosas físicas, sino también ideas, pensamientos, proyectos, personas… dejando así espacio suficiente para el vacío, para el silencio, para que lo nuevo nos sorprenda.



Las hojas tornasoladas de variopintos tonos ocres, dorados, naranjas y rojos, cuando están preparadas, se sueltan de su peciolo y caen de las ramas de los árboles en una perfecta coreografía llena de magia y elegancia dejándolas desnudas para su regeneración. Sin embargo, no terminan ahí su ciclo, al caer, alfombran el suelo dejándolo aterciopelado y crujiente y continúan su transformación para convertirse en abono orgánico que contribuirá a dar nutrientes al árbol del que cayeron para que prosiga el ciclo de la naturaleza y en primavera verán brotar nuevas hojas que poblarán de nuevo al árbol con generosa abundancia. Y todo lo hacen sin ningún esfuerzo, sin sentirse aisladas, solas u hojas, sino siendo parte del mismo proceso. No necesitan identificarse, no necesitan competir, no necesitan ser más que lo que son, parte de un proceso que sigue siendo UNO. La hoja sigue siendo árbol, el árbol sigue siendo bosque, el bosque sigue siendo Tierra, la Tierra sigue siendo universo, el universo sigue siendo consciencia expandida y así, la hoja es consciencia.

Me embelesa la paleta de colores que nos regala el otoño, observar el cambio de coloración de las hojas es fascinante.

A propósito, ¿sabes por qué las hojas cambian de color? Las hojas son verdes debido a la clorofila, pigmento que participa en la fotosíntesis, al reducirse las horas de sol la savia que llega a las hojas disminuye y se produce menos clorofila y una menor transpiración. Por otro lado los carotenoides, que también son un pigmento que forman parte de la fotosíntesis, son más estables que la clorofila y es por ello que ganan protagonismo durante el otoño tiñendo las hojas de tonos amarillos. Los tonos ocres, rojos y marrones provienen de las antocianinas que son unos pigmentos que se producen en otoño, para ello necesitan algo de luz y de los depósitos de azúcar que las hojas fabrican y se acumulan en este momento del año.

Llegados a este punto, tal vez es momento de integrar que las cosas no necesitan de tanto esfuerzo y sacrificio, con el dolor y sufrimiento que conlleva de por sí el esfuerzo, sino más bien de pasión, dedicación y aceptación. De vernos más como un todo que como individuos separados además en diversos “yoes” desconectados entre sí. Tal vez es momento de unión y no de seguir dividiendo, compitiendo e individualizando. Es momento de apoyarnos, de cuidarnos y de trabajar juntos, en equipo, aportando cada uno lo mejor de sí para alcanzar objetivos comunes. Mientras sigamos sintiéndonos separados, seguiremos dificultando el camino de regreso.

Septiembre es el mes donde muchas etapas terminan para dar paso a nuevos comienzos en los que establecer rutinas nuevas, volver a mirar hacia adentro y acompañarnos en la fascinante tarea de mirarnos con honestidad y humildad, de observarnos con respeto, amor y aceptación, de confiar en que todo lo que necesitamos está ya en nosotros y sentir a ese alquimista que llevamos dentro ejercer su magia para nuestra propia autotransformación.

Cuando te permites transformarte, sucede algo maravilloso en ti, se produce un cambio a niveles tan profundos, que ya no vuelves a ser más quien eras, no volverás a pensar más con los límites mentales que pensabas. Tu mente se conectará a nuevos pensamientos, a nuevas energías y te sentirás vibrar de manera diferente, más consciente, más atenta, más amorosa, más sensible, más viva.

Estamos más muertos que vivos porque tenemos miedo a sentir. Probablemente pensamos que si nos permitiéramos sentir nos volveríamos más vulnerables y estaríamos expuestos a tener que experimentar las emociones y todo lo que éstas nos provocarían. Sería como desnudar el alma, sincerarse con uno mismo, quedarse expuesto a nuestro propio pensamiento y eso no todo el mundo está dispuesto a afrontarlo. ¿Sincerarme conmigo misma? ¿Dejar de engañarme con excusas banales para “sentir” y poder elegir dejar de sufrir? ¿Ser capaz de elegir apasionarme por aquello que hago en lugar de esforzarme por conseguir metas porque nos han dicho que “todo esfuerzo tiene su recompensa”? No, no todo el mundo está dispuesto a querer transformarse y seguramente nos digamos a nosotros mismos que es que no queremos “sufrir”, ni “pasarlo mal”. Esas son algunas de las excusas que nos damos, sin apercibirnos que justo es lo que estamos haciendo, “sufrir” y “pasarlo mal” por no querer sentir y vivir la experiencia de ese sentir aceptándola como venga. Si trae lágrimas, lloramos y abrazamos el dolor o la tristeza que nos traiga, si nos despierta alegría, vivimos esa alegría… Eso es vivir, eso sería estar vivo, sentir sin etiquetas y abrazar cualquier estado emocional que ese “sentir” nos aporte.

Vestimos ropa muerta, comemos comida muerta, tenemos trabajos muertos… ¿Y decimos que tenemos miedo a la muerte? Yo creo que a  lo que realmente tememos es a la vida. A vivir de verdad, con emoción, con entusiasmo, con pasión. Todo aquello a lo que no le imprimamos una buena dosis de pasión, entusiasmo y alegría, está muerto a nuestro alrededor.

Seguramente, la mayoría, estamos aún enganchados a ese pensamiento de que si evitamos sentir, todo lo que no nos gusta se va a alejar de nosotros, como si al no querer verlo y rechazarlo pudiera desaparecer, como si pudiéramos huir de aquello que nos asusta, que no nos gusta o que no queremos aceptar. No somos conscientes de que hasta que no aceptemos sentir lo que nos provoca todo ese miedo a sentir, hasta que no nos enfrentemos a ello, y al decir “enfrentar”, me refiero a poner frente a nosotros todo aquello de lo que huimos o de lo que queremos escapar; aquello que queremos evitar irá con nosotros donde quiera que vayamos.

Vamos a poner un ejemplo, por si no llegamos a entender bien lo que quiero expresar.

Imagina que en tu infancia sufriste algún maltrato por parte de las personas encargadas de cuidarte. Para no ir más allá, vamos a suponer que te agredían verbalmente, “no vales para nada”, “eso así no se hace”, “todo lo haces mal”, “eres una inútil”, “nunca vas a conseguir nada en la vida”… y otras perlas del estilo. Imagino que este tipo de comentarios repetidos a lo largo de los años consiguen hacer mella en la persona, seguramente su autoestima y confianza estén gravemente afectadas y mermadas. Bueno, no lo imagino, lo sé.

¿En qué tipo de persona te puedes haber convertido?

Puede que en una persona pasiva, derrotista, deprimida, sin ilusión. Te creíste todo lo que te dijeron, creciste sintiéndote inferior a los demás, sin un ápice de autoestima y en ese camino de insatisfacciones, en algún momento decidiste que nada valía la pena, te rendiste desde el principio, tal vez ni siquiera te rindieras, simplemente ni lo intentaste. Podrías pasarte tu vida culpando a tus padres de tu falta de autoestima y confianza en ti misma y en la vida, ejercitando continuamente el rol de víctima y alimentándolo día a día sin hacer nada para cambiar tu situación. Si lo que duele se sigue escondiendo por temor a lo que nos pueda hacer sentir, si se siegue aplazando el momento de hacerlo presente, nunca conseguirás superarlo. Realmente no has conseguido nada en la vida (o eso crees) porque decidiste “vivir” sin pasión, ni dedicación: “total para qué si soy una inútil y una negada, si ya lo decía mi padre o mi madre…”. Y en apariencia todo te da igual, no sientes ilusión por nada, nada te apasiona ni te entusiasma, ¿o no? ¿Me estás diciendo que hay una vena rebelde en ti, que sí hay algo que te apasiona pero que te da miedo intentarlo por si no lo consigues y verificas así que eres una fracasada, tal como decía tu padre o tu madre? Si es así, todavía hay esperanza, quizá decidas transformarte en algún momento.

 Puede que seas una persona reactiva, que ese dolor que sentías cuando te maltrataban verbalmente se haya transformado en rabia y esa rabia te haya hecho excesivamente reactiva, excesivamente exigente y perfeccionista contigo misma y por ende, con los demás y que igualmente no consigues disfrutar de nada y no sientes ningún tipo de satisfacción cuando consigues aquello que te propones, porque hay una especie de vacío dentro que no se llena con los éxitos que consigues. Tienes lo mejor de lo mejor, porque has puesto en tu vida mucho esfuerzo y sacrificio y en apariencia todo te va genial y todo lo tuyo es lo mejor del mundo mundial, pero si eres sincera contigo misma, hay un vació ahí dentro… y por mucho que quieras llenarlo, taparlo, obviarlo o no mirar para no verlo, sigue estando ahí. Y de vez en cuando, cuando oyes a un progenitor decir a su hijo: “eres un inútil, no sirves para nada, todo lo haces mal, déjame a mí que sí que sé cómo se hacen las cosas”, algo se remueve en tu interior y vuelve esa rabia contenida que muerde y te desgarra por dentro. Sin embargo, cuando llega, respiras profundamente y te dices a ti misma: “Esto no va conmigo, yo lo he conseguido todo en la vida, tengo lo mejor y lo demuestro cada día. Estoy bien, todo está bien en mi vida, esto no ha pasado, pobre niño…, Ommm”. ¿Por qué no?, es una manera tan bonita y respetable como otra de seguir engañándote a ti misma. No pasa nada, es tu vida, tú decides.

Pero puede ser que seas ambas personas y que hayas sido tan inteligente que, en algún momento de tu vida, con tu baja autoestima, tu pasividad y tu carácter rebelde, tu dolor, tus lágrimas y tu sufrimiento, decidieras dejar de esforzarte para empezar a apasionarte y consiguieras transformarte. Cuando escuchaste a ese padre decir a su hijo que era un inútil, que no servía para nada, que todo lo hacía mal, en lugar de decir: “Esto no va conmigo”, te permitiste sentir. Dejaste que todo el dolor, el sufrimiento, la rabia, el rencor y las lágrimas brotaran de tu interior, que sí te reconocieras en ese niño, que ese padre y ese niño te hicieron el regalo de recordarte que tienes una herida abierta sangrante y dolorosa dentro de ti y que seguir engañándote a ti misma no era la solución. Cogiste a esa niña temblorosa y llena de miedo, te reconociste en ella, la abrazaste y la tranquilizaste haciéndole saber que ya no estaba sola, que tú, como adulta, ya estabas en disposición de hacerte cargo de la situación, que esos padres que te desprestigiaban y mataban tu alegría, tu entusiasmo y tu pasión con sus comentarios desafortunados, lo hicieron lo mejor que pudieron, que no sabían hacerlo mejor porque seguramente ellos escucharon todavía cosas peores de quienes les criaron. Era su estado consciencial en ese momento, era lo que sabían hacer, no sabían del daño ni el dolor que sus comentarios provocaban en ti, incluso puede ser que te hablaran así para motivarte, sí quizá no era la mejor manera de conseguirlo, pero era la que ellos tenían.

Que emocionante saberte dueña de ti misma por primera vez en tu vida, de aceptar tus sentimientos, tus miedos, de poder abrazar a esa niña y calmarla, pero con la verdad, con honestidad, no con más mentiras o acciones encubiertas para seguir eludiendo la vida. Que maravilloso perdonar y perdonarte, sentirte libre, permitirte sentir y darte cuenta de que ese vacío, aunque sigue ahí, ya no está tan vacío.

Cada día nos brinda situaciones, personas o momentos en los que hacernos conscientes de nuestro dolor y tenemos dos opciones, empujarlo al fondo de nuestra mente y obviarlo como si no hubiera pasado. O coger el regalo que nos trae el presente y darnos la oportunidad de sanar. ¿Cómo? Sintiendo, simplemente sintiendo sin juzgar las emociones que nos provoque, sentir el dolor y el sufrimiento, acompañarse en ese dolor, abrazarse en el dolor y aceptar el sufrimiento. Dejarlo fluir, dejarlo salir todo en el presente, desde el presente. Se tiene que vivir ese dolor una vez más para poder comprenderlo, asimilarlo, aceptarlo, perdonarlo y dejarlo ir. Y entonces ¿qué va a pasar?, ¿qué va a ser lo siguiente? No lo sé. Solo sé que es ahora, que la vida me está ofreciendo una oportunidad para vivirla de verdad, para ser honesta conmigo misma, para dejar de mentirme, de compadecerme… para conocerme, asumirme, transformarme y amarme. Y elijo decir sí, quiero vivir de verdad.

Quiero vivir mi propia vida, no la del vecino, del amigo, del hermano, del hijo… porque ellos sí son felices, tienen esto y lo otro… No me interesa seguir estando presente en la vida de los demás para vivir a través de ellos o de lo que yo imagino de ellos, no quiero seguir viviendo en el afuera, o seguir muerta en vida. Es momento de dedicarme tiempo de calidad a mí misma para descubrirme, para conocerme, para aceptarme, para amarme. Es momento de ser honesta conmigo misma, de dejar de mentirme, de vivir como si fuera una víctima… Quiero darme la oportunidad de hacerme consciente que soy humana y tengo una vida propia por delante para vivirla conectada con todo cuanto existe.

Entiendo que aquello de lo que huyo es justo la experiencia que necesito integrar en mi vida para completarme, al menos mi mente o mis pensamientos limitantes lo creen, porque yo ya sé que estoy completa en mí misma, es más, que no soy yo como individuo, sino que formo parte de un todo. Soy como esa hoja que se desprendía de su peciolo unas cuantas líneas hacia arriba sabiéndose no hoja, ni árbol, ni bosque, ni Tierra, ni universo, sino consciencia expandida. O esa gota de agua que se sabe océano sin identidad que la defina, ni separación que la haga especial o diferente.

Quizá no siempre sepa vivir mi vida como mi consciencia sabe que debe ser vivida, pero tampoco estaría viviendo aquí si no generara experiencias que me hicieran crecer y atisbar estadios de esa consciencia que todos somos y que me ayudan a recordar. A veces soy capaz de traspasar el velo de la inconsciencia y entonces me doy cuenta de que no existe un “yo” y por un segundo, desaparece el vacío.

Y me pregunto ¿cuántas mentiras nos han contado y cuántas seguirán intentando hacernos creer? ¿Hasta dónde va a ser capaz de llegar esta humanidad deshumanizada?

Y cuando pierdo la identidad, soy consciencia expandida y me río, sí, me regocijo en la alegría porque me doy cuenta de que todo esto es un cuento que nos hemos inventado y que algunos capítulos están muy mal contados, otros causan espanto y temor, pero también hay algunos que son absolutamente maravillosos.

No te creas nada de lo que te estoy contando, no dejan de ser mis ideas conectadas a mis pensamientos. O tal vez consigas descubrir alguna frase que no sea producto de mis pensamientos, sino de la verdad universal, de la consciencia que se ha filtrado por aquí… Eso sí, conéctate con tu ser y despierta. Permítete momentos de pérdida de identidad y disfruta de lo que verdaderamente eres, tráelo a la consciencia y acompáñate en tu propia transformación.

¡Deja que suceda!

Despréndete del miedo que te provoca la incertidumbre de no saber responder a la pregunta: “¿Qué va a pasar ahora?”, confía y ríndete a vivir cada experiencia como llega, sin oponer resistencia, siendo honesta contigo misma, sintiendo y abrazando tu sentir sea cual sea.

No permitas que te venza el miedo, ni que otros intenten controlarte, dominarte o coartar tu libertad con miedo.

Sé inmensamente feliz en cada uno de tus estados de ánimo, todos son perfectos, solo tienes que respetarlos y aceptarlos.

Con Amor,

©Paqui Sánchez

©Paqui Sánchez

2 comentarios:

  1. ¡¡Vaya!! Paqui, te ha salido una reflexión magnífica. Al leerte, me veo totalmente reflejada en ese sentir. No estoy pasando por mi mejor momento, la verdad. Voy a ver si tengo las suficiente agallas para conocerme a mí misma y podar todos los sentimientos y pensamientos que no me sirven. LLega el otoño, estación que me gusta mucho, aunque no siempre. El verano me agota, no sé que me pasa con el calor, con tanta luz. pero tengo ganas de fresquito, de lluvia, de hogar, de dedicar tiempo a mis aficiones.
    ¡Qué sabia es la Naturaleza! Año tras año, estación tras estación nos permite contemplar su magistral belleza y tomar pequeñas lecciones. Tiempo de conserva de alimentos que nos ha donado el verano, pronto recogeremos los frutos del otoño, y pasaremos el invierno en calma y paz. Y mientras caen esas hojas, tendremos tiempo de observar que rama necesita ser cortada para que la próxima primavera, el árbol crezca con más vigor. Pues esa será mi tarea, Paqui, autoconocerme y cuando llegue el momento, tijera en mano, soltar...
    Me ha encantado tu texto. Te leo, evito comentar por facebook, y por aquí me siento más libre.
    Un millón de gracias y una lluvia de besos

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    1. Hola Maite, muchísimas gracias por tu pre-esencia por aquí, siéntete en libertad de hacer lo que sientas en todo momento.
      Si sientes que no estás pasando por tu mejor momento, significa justamente que es el momento de pasar a la observación y hacer cambios paulatinos según vayas sintiendo. Estas son las mejores épocas para crecer, esas en las que nos encontramos regular. Hay que encontrar un poquito de tiempo para ponernos a investigar qué pasa para sentirnos así, sin juzgar el hecho de que nos sintamos mal o regular.
      Yo creo que de lo que trata realmente el autoconocimiento es eso, observarnos y sentir sin juzgarnos. Dejar salir todo aquello que surja en cada momento, permitirnos sanar esas heridas que tenemos que creemos curadas y sin embargo, cuando la vida nos pone a prueba nos damos cuenta de que aún sigue habiendo algo ahí que duele. Si en vez de esconderlo o no querer atenderlo, le damos a oportunidad de salir, comenzaremos con esa sanación tan necesaria para nosotros.
      Toca podarnos, es un buen momento para ello, así pasaremos un invierno sin peso extra y ligeros de equipaje para seguir el viaje.
      Te mando un abrazo enorme que te reconforte el alma. Gracias por venir y dejar tu cariño por aquí.

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