Septiembre
Llega
septiembre y como es un mes que me inspira, no puedo dejarlo pasar sin
dedicarle unos pensamientos que llevan macerando en mí unas semanas.
Me
gustan esos meses en los que se produce un cambio de estación porque observar a
la Madre Tierra hacer sus transiciones con sencillez, humildad y sutileza
siempre es un gran aprendizaje y una infinita delectación.
Si
además se me permite elegir entre esos meses en particular, sin ninguna duda,
me quedo con aquellos en los que tienen lugar los equinoccios, especialmente
con septiembre.
Todo
comienza con el cambio de color y posición de la luz y del Sol como su
transmisor. La luz va perdiendo potencia y ese brillo intenso que lució durante
el verano para tornarse más cálida, adquiere tonalidades ocres, doradas,
tierra, siena, más dulces y acarameladas. La luz va menguando cediendo paso a
la oscuridad que se cierne tintando los cielos con pinceladas añiles y violetas
a media tarde. Este cambio que se produce en la luz del sol es una invitación
que nos hace la propia vida a iniciar ese camino hacia dentro, para volvernos
más contemplativos y observadores de todo cuanto nos rodea y, principalmente,
de nosotros mismos. Es como si la luz externa se diluyera para que centremos
nuestra atención en esa llama interna prendida en nuestro corazón y la
alimentemos y avivemos para que su fulgor titilante no decaiga, sino que se active hasta alcanzar la consciencia y poder acariciarla con las yemas de
su llama.
Si
hay algo que no me gusta de este equinoccio en particular es que la luz
disminuye drásticamente, la energía excelsa del verano se calma dando paso a un
estado de sosiego, paz y quietud, tan necesario para iniciar el proceso de
integración de todo lo aprendido. Es una etapa de “pre-muerte” en la que tanto
la luz como la energía eximia del estío comienzan a decaer acercándonos a ese
invierno oscuro y lúgubre en el que todo parece haber perdido la vida hasta que vuelve
a despertar con la llegada de la luz y la nueva primavera. Concluyen los excesos y
comienza un período de cambio que nos ayuda a hacer el camino más liviano.
Soltamos no solo cosas físicas, sino también ideas, pensamientos, proyectos,
personas… dejando así espacio suficiente para el vacío, para el silencio, para
que lo nuevo nos sorprenda.
Las
hojas tornasoladas de variopintos tonos ocres, dorados, naranjas y rojos,
cuando están preparadas, se sueltan de su peciolo y caen de las ramas de los
árboles en una perfecta coreografía llena de magia y elegancia dejándolas
desnudas para su regeneración. Sin embargo, no terminan ahí su ciclo, al caer,
alfombran el suelo dejándolo aterciopelado y crujiente y continúan su
transformación para convertirse en abono orgánico que contribuirá a dar
nutrientes al árbol del que cayeron para que prosiga el ciclo de la naturaleza
y en primavera verán brotar nuevas hojas que poblarán de nuevo al árbol con
generosa abundancia. Y todo lo hacen sin ningún esfuerzo, sin sentirse aisladas,
solas u hojas, sino siendo parte del mismo proceso. No necesitan identificarse,
no necesitan competir, no necesitan ser más que lo que son, parte de un proceso
que sigue siendo UNO. La hoja sigue siendo árbol, el árbol sigue siendo bosque,
el bosque sigue siendo Tierra, la Tierra sigue siendo universo, el universo
sigue siendo consciencia expandida y así, la hoja es consciencia.
Me
embelesa la paleta de colores que nos regala el otoño, observar el cambio de coloración
de las hojas es fascinante.
A
propósito, ¿sabes por qué las hojas cambian de color? Las hojas son verdes
debido a la clorofila, pigmento que participa en la fotosíntesis, al reducirse
las horas de sol la savia que llega a las hojas disminuye y se produce menos
clorofila y una menor transpiración. Por otro lado los carotenoides, que también son un pigmento que
forman parte de la fotosíntesis, son más estables que la clorofila y es por
ello que ganan protagonismo durante el otoño tiñendo las hojas de tonos
amarillos. Los tonos ocres, rojos y marrones provienen de las antocianinas que
son unos pigmentos que se producen en otoño, para ello necesitan algo de luz y
de los depósitos de azúcar que las hojas fabrican y se acumulan en este momento
del año.
Llegados
a este punto, tal vez es momento de integrar que las cosas no necesitan de
tanto esfuerzo y sacrificio, con el dolor y sufrimiento que conlleva de por sí
el esfuerzo, sino más bien de pasión, dedicación y aceptación. De vernos más
como un todo que como individuos separados además en diversos “yoes”
desconectados entre sí. Tal vez es momento de unión y no de seguir dividiendo,
compitiendo e individualizando. Es momento de apoyarnos, de cuidarnos y de
trabajar juntos, en equipo, aportando cada uno lo mejor de sí para alcanzar
objetivos comunes. Mientras sigamos sintiéndonos separados, seguiremos
dificultando el camino de regreso.
Septiembre
es el mes donde muchas etapas terminan para dar paso a nuevos comienzos en los
que establecer rutinas nuevas, volver a mirar hacia adentro y
acompañarnos en la fascinante tarea de mirarnos con honestidad y humildad, de
observarnos con respeto, amor y aceptación, de confiar en que todo lo que
necesitamos está ya en nosotros y sentir a ese alquimista que llevamos dentro
ejercer su magia para nuestra propia autotransformación.
Cuando
te permites transformarte, sucede algo maravilloso en ti, se produce un cambio
a niveles tan profundos, que ya no vuelves a ser más quien eras, no volverás a
pensar más con los límites mentales que pensabas. Tu mente se conectará a
nuevos pensamientos, a nuevas energías y te sentirás vibrar de manera diferente,
más consciente, más atenta, más amorosa, más sensible, más viva.
Estamos
más muertos que vivos porque tenemos miedo a sentir. Probablemente pensamos que
si nos permitiéramos sentir nos volveríamos más vulnerables y estaríamos
expuestos a tener que experimentar las emociones y todo lo que éstas nos
provocarían. Sería como desnudar el alma, sincerarse con uno mismo, quedarse
expuesto a nuestro propio pensamiento y eso no todo el mundo está dispuesto a
afrontarlo. ¿Sincerarme conmigo misma? ¿Dejar de engañarme con excusas banales
para “sentir” y poder elegir dejar de sufrir? ¿Ser capaz de elegir apasionarme
por aquello que hago en lugar de esforzarme por conseguir metas porque nos han
dicho que “todo esfuerzo tiene su recompensa”? No, no todo el mundo está
dispuesto a querer transformarse y seguramente nos digamos a nosotros mismos
que es que no queremos “sufrir”, ni “pasarlo mal”. Esas son algunas de las
excusas que nos damos, sin apercibirnos que justo es lo que estamos haciendo,
“sufrir” y “pasarlo mal” por no querer sentir y vivir la experiencia de ese
sentir aceptándola como venga. Si trae lágrimas, lloramos y abrazamos el dolor
o la tristeza que nos traiga, si nos despierta alegría, vivimos esa alegría…
Eso es vivir, eso sería estar vivo, sentir sin etiquetas y abrazar cualquier
estado emocional que ese “sentir” nos aporte.
Vestimos
ropa muerta, comemos comida muerta, tenemos trabajos
muertos… ¿Y decimos que tenemos miedo a la muerte? Yo creo que a lo que realmente tememos es a la vida. A
vivir de verdad, con emoción, con entusiasmo, con pasión. Todo aquello a lo que
no le imprimamos una buena dosis de pasión, entusiasmo y alegría, está muerto a
nuestro alrededor.
Seguramente,
la mayoría, estamos aún enganchados a ese pensamiento de que si evitamos sentir,
todo lo que no nos gusta se va a alejar de nosotros, como si al no querer verlo
y rechazarlo pudiera desaparecer, como si pudiéramos huir de aquello que nos
asusta, que no nos gusta o que no queremos aceptar. No somos conscientes de que
hasta que no aceptemos sentir lo que nos provoca todo ese miedo a sentir, hasta
que no nos enfrentemos a ello, y al decir “enfrentar”, me refiero a poner
frente a nosotros todo aquello de lo que huimos o de lo que queremos escapar;
aquello que queremos evitar irá con nosotros donde quiera que vayamos.
Vamos
a poner un ejemplo, por si no llegamos a entender bien lo que quiero expresar.
Imagina
que en tu infancia sufriste algún maltrato por parte de las personas encargadas
de cuidarte. Para no ir más allá, vamos a suponer que te agredían verbalmente,
“no vales para nada”, “eso así no se hace”, “todo lo haces mal”, “eres una
inútil”, “nunca vas a conseguir nada en la vida”… y otras perlas del estilo.
Imagino que este tipo de comentarios repetidos a lo largo de los años consiguen
hacer mella en la persona, seguramente su autoestima y confianza estén
gravemente afectadas y mermadas. Bueno, no lo imagino, lo sé.
¿En
qué tipo de persona te puedes haber convertido?
Puede
que en una persona pasiva, derrotista, deprimida, sin ilusión. Te creíste todo
lo que te dijeron, creciste sintiéndote inferior a los demás, sin un ápice de
autoestima y en ese camino de insatisfacciones, en algún momento decidiste que
nada valía la pena, te rendiste desde el principio, tal vez ni siquiera te rindieras,
simplemente ni lo intentaste. Podrías pasarte tu vida culpando a tus padres de
tu falta de autoestima y confianza en ti misma y en la vida, ejercitando
continuamente el rol de víctima y alimentándolo día a día sin hacer nada para
cambiar tu situación. Si lo que duele se sigue escondiendo por temor a lo que
nos pueda hacer sentir, si se siegue aplazando el momento de hacerlo presente,
nunca conseguirás superarlo. Realmente no has conseguido nada en la vida (o eso
crees) porque decidiste “vivir” sin pasión, ni dedicación: “total para qué si
soy una inútil y una negada, si ya lo decía mi padre o mi madre…”. Y en
apariencia todo te da igual, no sientes ilusión por nada, nada te apasiona ni
te entusiasma, ¿o no? ¿Me estás diciendo que hay una vena rebelde en ti, que sí
hay algo que te apasiona pero que te da miedo intentarlo por si no lo consigues
y verificas así que eres una fracasada, tal como decía tu padre o tu madre? Si
es así, todavía hay esperanza, quizá decidas transformarte en algún momento.
Puede que seas una persona reactiva, que ese
dolor que sentías cuando te maltrataban verbalmente se haya transformado en
rabia y esa rabia te haya hecho excesivamente reactiva, excesivamente exigente
y perfeccionista contigo misma y por ende, con los demás y que igualmente no consigues
disfrutar de nada y no sientes ningún tipo de satisfacción cuando consigues
aquello que te propones, porque hay una especie de vacío dentro que no se llena
con los éxitos que consigues. Tienes lo mejor de lo mejor, porque has puesto en
tu vida mucho esfuerzo y sacrificio y en apariencia todo te va genial y todo lo
tuyo es lo mejor del mundo mundial, pero si eres sincera contigo misma, hay un
vació ahí dentro… y por mucho que quieras llenarlo, taparlo, obviarlo o no mirar para no
verlo, sigue estando ahí. Y de vez en cuando, cuando oyes a un progenitor decir
a su hijo: “eres un inútil, no sirves para nada, todo lo haces mal, déjame a mí
que sí que sé cómo se hacen las cosas”, algo se remueve en tu interior y vuelve
esa rabia contenida que muerde y te desgarra por dentro. Sin embargo, cuando
llega, respiras profundamente y te dices a ti misma: “Esto no va conmigo, yo lo
he conseguido todo en la vida, tengo lo mejor y lo demuestro cada día. Estoy
bien, todo está bien en mi vida, esto no ha pasado, pobre niño…, Ommm”. ¿Por
qué no?, es una manera tan bonita y respetable como otra de seguir engañándote
a ti misma. No pasa nada, es tu vida, tú decides.
Pero
puede ser que seas ambas personas y que hayas sido tan inteligente que, en
algún momento de tu vida, con tu baja autoestima, tu pasividad y tu carácter
rebelde, tu dolor, tus lágrimas y tu sufrimiento, decidieras dejar de
esforzarte para empezar a apasionarte y consiguieras transformarte. Cuando
escuchaste a ese padre decir a su hijo que era un inútil, que no servía para
nada, que todo lo hacía mal, en lugar de decir: “Esto no va conmigo”, te
permitiste sentir. Dejaste que todo el dolor, el sufrimiento, la rabia, el
rencor y las lágrimas brotaran de tu interior, que sí te reconocieras en ese
niño, que ese padre y ese niño te hicieron el regalo de recordarte que tienes
una herida abierta sangrante y dolorosa dentro de ti y que seguir engañándote a
ti misma no era la solución. Cogiste a esa niña temblorosa y llena de miedo, te
reconociste en ella, la abrazaste y la tranquilizaste haciéndole saber que ya
no estaba sola, que tú, como adulta, ya estabas en disposición de hacerte cargo
de la situación, que esos padres que te desprestigiaban y mataban tu alegría,
tu entusiasmo y tu pasión con sus comentarios desafortunados, lo hicieron lo
mejor que pudieron, que no sabían hacerlo mejor porque seguramente ellos
escucharon todavía cosas peores de quienes les criaron. Era su estado
consciencial en ese momento, era lo que sabían hacer, no sabían del daño ni el
dolor que sus comentarios provocaban en ti, incluso puede ser que te hablaran
así para motivarte, sí quizá no era la mejor manera de conseguirlo, pero era la
que ellos tenían.
Que
emocionante saberte dueña de ti misma por primera vez en tu vida, de aceptar
tus sentimientos, tus miedos, de poder abrazar a esa niña y calmarla, pero con
la verdad, con honestidad, no con más mentiras o acciones encubiertas para
seguir eludiendo la vida. Que maravilloso perdonar y perdonarte, sentirte
libre, permitirte sentir y darte cuenta de que ese vacío, aunque sigue ahí, ya
no está tan vacío.
Cada
día nos brinda situaciones, personas o momentos en los que hacernos conscientes
de nuestro dolor y tenemos dos opciones, empujarlo al fondo de nuestra mente y
obviarlo como si no hubiera pasado. O coger el regalo que nos trae el presente
y darnos la oportunidad de sanar. ¿Cómo? Sintiendo, simplemente sintiendo sin
juzgar las emociones que nos provoque, sentir el dolor y el sufrimiento,
acompañarse en ese dolor, abrazarse en el dolor y aceptar el sufrimiento.
Dejarlo fluir, dejarlo salir todo en el presente, desde el presente. Se tiene
que vivir ese dolor una vez más para poder comprenderlo, asimilarlo, aceptarlo,
perdonarlo y dejarlo ir. Y entonces ¿qué va a pasar?, ¿qué va a ser lo
siguiente? No lo sé. Solo sé que es ahora, que la vida me está ofreciendo una
oportunidad para vivirla de verdad, para ser honesta conmigo misma, para dejar
de mentirme, de compadecerme… para conocerme, asumirme, transformarme y amarme.
Y elijo decir sí, quiero vivir de verdad.
Quiero
vivir mi propia vida, no la del vecino, del amigo, del hermano, del hijo…
porque ellos sí son felices, tienen esto y lo otro… No me interesa seguir
estando presente en la vida de los demás para vivir a través de ellos o de lo
que yo imagino de ellos, no quiero seguir viviendo en el afuera, o seguir
muerta en vida. Es momento de dedicarme tiempo de calidad a mí misma para
descubrirme, para conocerme, para aceptarme, para amarme. Es momento de ser
honesta conmigo misma, de dejar de mentirme, de vivir como si fuera una víctima…
Quiero darme la oportunidad de hacerme consciente que soy humana y tengo una
vida propia por delante para vivirla conectada con todo cuanto existe.
Entiendo
que aquello de lo que huyo es justo la experiencia que necesito integrar en mi
vida para completarme, al menos mi mente o mis pensamientos limitantes lo
creen, porque yo ya sé que estoy completa en mí misma, es más, que no soy yo
como individuo, sino que formo parte de un todo. Soy como esa hoja que se
desprendía de su peciolo unas cuantas líneas hacia arriba sabiéndose no hoja, ni
árbol, ni bosque, ni Tierra, ni universo, sino consciencia expandida. O esa
gota de agua que se sabe océano sin identidad que la defina, ni separación que
la haga especial o diferente.
Quizá
no siempre sepa vivir mi vida como mi consciencia sabe que debe ser vivida,
pero tampoco estaría viviendo aquí si no generara experiencias que me hicieran
crecer y atisbar estadios de esa consciencia que todos somos y que me ayudan a
recordar. A veces soy capaz de traspasar el velo de la inconsciencia y entonces
me doy cuenta de que no existe un “yo” y por un segundo, desaparece el vacío.
Y
me pregunto ¿cuántas mentiras nos han contado y cuántas seguirán intentando
hacernos creer? ¿Hasta dónde va a ser capaz de llegar esta humanidad deshumanizada?
Y
cuando pierdo la identidad, soy consciencia expandida y me río, sí, me regocijo
en la alegría porque me doy cuenta de que todo esto es un cuento que nos hemos
inventado y que algunos capítulos están muy mal contados, otros causan espanto y temor, pero también hay algunos que son
absolutamente maravillosos.
No
te creas nada de lo que te estoy contando, no dejan de ser mis ideas conectadas
a mis pensamientos. O tal vez consigas descubrir alguna frase que no sea
producto de mis pensamientos, sino de la verdad universal, de la consciencia
que se ha filtrado por aquí… Eso sí, conéctate con tu ser y despierta.
Permítete momentos de pérdida de identidad y disfruta de lo que verdaderamente
eres, tráelo a la consciencia y acompáñate en tu propia transformación.
¡Deja
que suceda!
Despréndete
del miedo que te provoca la incertidumbre de no saber responder a la pregunta:
“¿Qué va a pasar ahora?”, confía y ríndete a vivir cada experiencia como llega,
sin oponer resistencia, siendo honesta contigo misma, sintiendo y abrazando tu
sentir sea cual sea.
No permitas que te venza el miedo, ni que otros intenten controlarte, dominarte o coartar tu libertad con miedo.
Sé
inmensamente feliz en cada uno de tus estados de ánimo, todos son perfectos, solo tienes que respetarlos y aceptarlos.
Con
Amor,
©Paqui
Sánchez