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martes, 27 de octubre de 2015

BENDICIENDO MI ÚTERO CON LA ÚLTIMA SUPERLUNA DE OCTUBRE




Bendiciendo la última SuperLuna de Octubre

Podríamos definir una Superluna como la suma de dos fenómenos astronómicos en uno.

Vamos a explicarlo de manera muy sencilla, una Superluna tiene lugar cuando coinciden dos fenómenos astronómicos, la Luna en su fase de Llena, con el perigeo (momento en el que la Luna está más cercana a la Tierra).

Como ya sabemos, la órbita de la Luna alrededor de la Tierra es elíptica, por tanto hay momentos en los que ésta está más cerca de la Tierra y otros en los que está más lejos. El punto de la órbita de la Luna en el que está más lejos de la tierra se llama “apogeo” y el momento en el que está más cercano “perigeo”.

La Luna pasa por estos dos momentos (apogeo y perigeo) al menos una vez al mes, ya que tarda unos 27 días en recorrer su órbita.

Además, como sabemos, la Luna tiene 4 fases, dos principales que serían el momento de Luna Llena y Luna Nueva. El intervalo de tiempo que necesita para pasar por todas ellas es de 29,5 días aproximadamente. Como estos dos tiempos son diferentes (tiempo en el que tarda en recorrer su órbita y el tiempo que transcurre en un ciclo lunar completo), no siempre pueden coincidir el apogeo y perigeo con la misma fase lunar. Por tanto tenemos Superluna el mes que coincide la Luna Llena con el momento en el que la órbita está más cerca de la Tierra, es decir, el perigeo.

Esta SuperLuna es especial, está llena de cambios positivos y de sanación ya que todas las mujeres (y energía femenina del planeta en su totalidad) podemos sanarnos y sanar nuestras memorias ancestrales al bendecir nuestro útero.
 
Movemos las aguas del caldero, las acunamos entre nuestras manos mientras la luna nos inunda con su luz y nos ilumina el camino con su brillante estela plateada. Nuestro útero se agita, se mueve, siente, palpita, vive, sana…, sana la herida del femenino sagrado, sana el femenino y se encuentra en un abrazo eterno y sagrado con el masculino culminando con una unión de equilibrio, de calor y color. De reajuste, de sintonización, de Amor, de sacralización.

Tenemos la posibilidad de sanar a nuestras ancestras, a todas las que fueron y fuimos antes de nosotras. Todo el linaje femenino se reencuentra, se abraza, se hace uno. Honro a mi linaje ancestral femenino, lo envuelvo entre mis brazos y me reconozco en cada mujer porque de cada una de ellas conservo un pedacito de luz y otro de sombras.

Recojo con amor las memorias de dolor, las heridas sangrantes de pérdidas, de abandonos, de lágrimas, de vidas truncadas, frustradas, de rabias, de impotencia, de abusos… y las entrego con infinita ternura a la Madre Tierra y a Luna Llena.

Que la Madre Tierra sólo reciba la sangre de las lunas de cada mujer, que sus hijos no sigan empapando la tierra de rojo, ni vertiendo lágrimas de dolor y de muerte por más guerras, ni por más injusticias, sin ningún sentido.

Que la luz plateada de la Dama de la Noche ilumine cada rincón de dolor para transformarlo en amor y sintamos sus fases cíclicas y nos sintamos reconocidas, como mujeres, en cada una de ellas. Porque las mujeres somos como las pequeñas lunas del cada hogar. Mujer aprende a honrar tus lunas, tus fases, tus ciclos y experimenta en cada una de ellas a su arquetipo en sus luces y sus sombras, así te conocerás, sabrás quién eres y podrás quererte, mimarte, y darte en cada momento lo que necesitas, como Luna que eres.


Para mí es una gran bendición saber que desde lo que soy en este momento, puedo contribuir a sanar tanto mi presente como lo que fui, todas mis vidas sanan con consciencia desde el aquí y el ahora. Todo el dolor, todo el sufrimiento, toda la pena y la tristeza sanan en mí, sanan en ti, sanan en la Pachamama, sanan en la Diosa que cada una somos.

Con consciencia entrego mis lunas a la Madre Tierra para que ella se nutra a través de mí del alimento que me da. Así restablezco con ella el equilibrio entre el dar y el recibir.

Elegí ser mujer porque necesitaba sanar, porque mi linaje necesitaba sanar. Porque necesitaba engendrar vidas y darlas a luz. Iluminarlas, verlas nacer de mí y contemplar el mayor milagro que una persona puede hacer, dar la vida a otra. Recibirla, cuidarla, nutrirla, acompañarla en su crecimiento, en cada paso de su camino dejándola aprender… Conteniendo mi aliento en cada uno de sus tropiezos para que sea ella misma y no yo quien dé sus propios pasos, quien viva su propio crecimiento, su propia expansión, su propia vida. Para finalmente, dejarla volar, permitirle alejarse para que encuentre su camino y elija libremente la vida que quiere llevar y vivir. Y más importante aún, el modo en el que desea hacerlo.

Es tan grande el milagro de la vida y el regalo que me hiciste al elegirme como madre que no sé por dónde empezar a agradecerte.

Ese momento en el que decidimos engendrarte, el momento en el que supe que estabas dentro de mí, el momento en el que me confirmaron que estabas ahí, los ocho meses y medio que estuviste creciendo en mi interior, creando un nexo de amor único que transciende las propias vidas para llegar a tocar el alma. El momento en el que decidiste ver por primera vez la luz del sol, en el que de uno nos convertimos en dos, en el que ya no eras yo, sino tú. Bendito momento en el que decidí utilizar mi último aliento en elevar mi cuerpo cansado y agotado por el parto para verte salir de dentro de mí, de mis entrañas, y ser realmente consciente del milagro que eres.

Y después de ese momento he tenido que aprenderlo todo, porque lo poco que sabía no servía de nada. He tenido que aprender que tienes tu propia identidad. He aprendido a romper patrones y creencias para educarte como tú necesitas que haga. Aprendí a inventar historias cada noche, a poner polvo mágico de hadas en tus “pupas” para que sanaran rápidamente, aprendimos que los dibujos de tus libros tienen alas y cuando ellos quieren salen de las hojas y vuelan por tu dormitorio y nos llevan con ellos a vivir historias fantásticas y momentos únicos. Aprendí que tienes tu propia lógica y que si el mundo no estaba preparado para recibirme a mí, menos lo está para ti, ya que dos y dos no son cuatro, sino veintidós. ¡No todos sumamos igual!, pero no por ello dejamos de sumar.

Pero no te preocupes, porque en mi caminar, yo entendí que no hay error posible, que todo es perfecto en el Plan Divino y que si estamos aquí es porque aquí es donde hemos de estar. ¡Confiemos!

Aprendí que he de acompañarte en cada momento de tu vida, pero sin intervenir en ella, porque tú eres libre de elegir lo que tú quieras y cómo lo quieres vivir. Aprendí que si te estimulo y animo, estoy contribuyendo a hacer de ti una persona segura y autónoma, que toma sus propias decisiones por sí misma y se mueve por la vida con soltura y sin miedos. Aprendí a escucharte y a contarte las cosas como yo las veo, sin intentar convencerte de nada, aceptando tus decisiones aunque no sean iguales que las mías. Todavía sigo aprendiendo lo más difícil, a ponerte límites amorosos, para que crezcas con una base sólida de principios y valores, porque algunas cosas son lo que son y es bueno saberlo. Después ya desecharás lo que no te sirva, como todos hacemos.

Y sobre todo aprendo cada día, que no eres ni mía, ni mío, que fuiste un regalo que se me entregó durante un tiempo para aprender de ti y contigo. Para ser feliz y llenarme de alegría con tus pasitos inseguros, con tus risas contagiosas, con tu lengua de trapo… Pero que te debes única y exclusivamente a ti y un día alzarás las alas y sólo podré desearte el mejor vuelo de tu vida, porque yo no iré contigo. Aun así, soy tus raíces, por eso sé que una parte mía siempre te nutrirá y vivirá en ti. Volarás con tus alas libre y con seguridad y yo volaré contigo al saber que puse en ti motivos para volver con libertad a tus orígenes siempre que lo necesites.

Y afortunadamente me sigues regalando momentos, por ejemplo cuando me pides que frote tu espalda aunque ya seas grande para que yo lo haga. O me preguntas dónde están mis cuentos porque quieres leer alguno, o llego al dormitorio y me has hecho la cama. Pero sobre todo, cuando cuelgas tus bracitos alrededor de mi cuello, como la mejor de mis alhajas y dices: “Te quiero, gracias por ser mi mamá”.

Gracias a ti por querer compartir tu vida conmigo y por ser mi mayor maestro de vida.

Dos milagros, dos vidas, dos energías, dos regalos para aprender a ser madre. Gracias a los dos, y en esta lunita llena, especialmente a ti hija porque tú me hiciste ver todo lo que teníamos pendiente por sanar y gracias a ti tomé consciencia de mí misma, de la mujer que soy y que represento y asumí la responsabilidad y el gran honor a la vez de sanar conscientemente mi feminidad, la de mi linaje, la de mis ancestras y las tuyas y, por ende, mejorar el camino para que tú puedas recorrer tu senda mucho más ligera de equipaje.

Es maravilloso ver cómo los cambios que he ido haciendo en este último año, han repercutido ya positivamente en ti. Aún nos queda camino, pero juntas lo recorreremos de forma más amena y divertida. Tú, por ahora, sigue creciendo, que cuando llegue el momento yo te pasaré el testigo y prometo poner lo mejor de mí, para que aquello que te entregue esté lleno sólo de AMOR.

Y llena de amor, y al parecer de lágrimas, voy a vivir esta bendición y esta Luna Llena en Tauro. No sé vosotras, pero yo estoy especialmente emotiva hoy. Y es que la luna es eso, emociones a flor de piel.

¡Qué en tu bendición del útero siempre haya alimento en representación de la abundancia y como augurio de buenas cosechas!

Awen almitas bellas )0(

Con Amor,

Paqui Sánchez




©Ahava Iesu

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