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martes, 26 de julio de 2011

¿FELICIDAD O PAZ? ~ ECKHART TOLLE





MÁS ALLÁ DE LA FELICIDAD 
Y DE LA INFELICIDAD  
ESTÁ LA PAZ


EL BIEN SUPERIOR MÁS ALLÁ DEL BIEN Y DEL MAL

. ¿Hay alguna diferencia entre felicidad y paz interna?

Sí. La felicidad depende de que percibamos las situaciones o los estados como positivos; la paz interna, no.

. ¿Es posible atraer a nuestra vida solo situaciones y estados positivos? Si muestra actitud y nuestros pensamientos fueran siempre positivos, solo viviríamos sucesos y situaciones positivas ¿cierto?

¿Sabes con seguridad qué es positivo y qué es negativo? ¿Tienes una visión del cuadro total? Hay muchas personas para las que la limitación, el fracaso, la pérdida, la enfermedad o el dolor, en sus múltiples formas, han sido el mejor profesor. Las circunstancias adversas les enseñaron a soltar las falsas autoimágenes y los objetivos y deseos superficiales dictados por el ego. Les dieron profundidad, humildad, compasión. Les hicieron más reales.

Cualquier circunstancia negativa contiene una profunda lección oculta, aunque no puedas verla en el momento. Incluso una breve enfermedad o un accidente pueden mostrarte lo que es real y lo que es irreal en tu vida; en definitiva, lo que es importante y lo que no.

Vistas desde una perspectiva superior, las circunstancias siempre son positivas. O, siendo más preciso, no son ni positivas ni negativas. Son como son. Y cuando aceptas completamente lo que es – que es la única manera sana de vivir –, ya no queda “bien” ni “mal” en tu vida. Solo queda un bien superior que incluye al “mal”. Sin embargo, visto desde la perspectiva de la mente, hay bien-mal, gusto-disgusto, amor-odio. Por eso, en el Libro del Génesis se dice que a Adán y a Eva no se les permitió habitar en “el paraíso” después de haber “comido del fruto del conocimiento del bien y del mal”.

. A mí eso me suena a negación y autoengaño. Cuando me pasa algo malo a mí o a una persona cercana – un accidente, una enfermedad, un dolor del tipo que sea o la muerte – puedo pretender que no es malo, pero, de hecho, sigue siendo malo. Y si es así, ¿por qué negarlo?

No se trata de pretender nada. Está permitiendo que las cosas sean como son, eso es todo. Esta actitud de “dejar ser” te lleva más allá de la mente. Con sus patrones de resistencia que crean polaridades positivas y negativas. Es un aspecto esencial del perdón. El perdón del presente es aún más importante que el perdón del pasado. Si perdonas a cada momento y aceptas que sea como es, no se creará una acumulación de resentimiento que haya de ser perdonada más adelante.

Recuerda que aquí no hablamos de la felicidad. Por ejemplo cuando un ser querido acaba de morir, o sientes que tu propia muerte está cerca, no puedes sentirte feliz. Es imposible. Pero puedes estar en paz. Puede que haya lágrimas y tristeza, pero si has renunciado a la resistencia, debajo de la tristeza sentirás una profunda serenidad, una quietud, una presencia sagrada. Esto es la emanación del Ser, esto es presencia interna, el bien sin opuesto.

. ¿Y qué pasa si se trata de una situación en la que puedo hacer algo? ¿Puedo permitirla ser y cambiarla al mismo tiempo?

Haz lo que tengas que hacer. Entre tanto, acepta lo que es. Como mente y resistencia son términos sinónimos, la aceptación te libera inmediatamente del dominio de la mente y te vuelve a conectar con el Ser. El resultado es que las motivaciones típicas que mueven el ego a “actuar” – miedo, avaricia, control, defensa o alimentación del falso sentido de identidad – dejan de operar. Una inteligencia mucho más amplia que la mente se hace cargo de las cosas, de modo que en tu hacer fluirá otra cualidad de conciencia.
“Acepta lo que venga a ti entretejido en el diseño de tu destino, porque ¿qué podría ser más adecuado a tus necesidades?”. Esto fue escrito hace dos mil años por Marco Aurelio, uno de los escasísimos seres humanos que han poseído al mismo tiempo sabiduría y poder mundano.
Parece que la mayoría de la gente tiene que sufrir mucho antes de abandonar sus resistencias y aceptar, antes de poder perdonar. En cuanto se produce la aceptación, ocurre uno de los mayores milagros: el despertar del Ser-conciencia a través de algo aparentemente malo, la transmutación del sufrimiento en paz interna. El efecto de todo el mal y de todo el sufrimiento del mundo es que obligará a los seres humanos a hacerse conscientes de quiénes son más allá del nombre y la forma. Así, lo que percibimos como malo desde nuestro punto de vista limitado es, en realidad, parte del bien superior que no tiene opuesto. Sin embargo, esto solo llegará a ser verdad para ti mediante el perdón. Si no se llega a perdonar, el mal no se redime, y por tanto sigue siendo mal.

Mediante el perdón, que en esencia significa reconocer la insustancialidad del pasado y permitir que el presente sea como es, el milagro de la transformación ocurre dentro y también fuera. Un estadio silencioso de intensa presencia surge en ti y a tu alrededor. Cualquier persona o casa que entre en tu campo de conciencia quedará afectada por él, unas veces de manera visible e inmediata y otras veces a niveles más profundos, haciéndose visibles los cambios más adelante. Disuelves la discordia, sanas el dolor, despejas la inconsciencia – sin hacer nada – simplemente siendo y manteniendo esa frecuencia vibratoria de la intensa presencia.

Ekchart Tolle, parte del capítulo 9 de El Poder del Ahora.


© Fran S

EL CUERPO GRITA...




EL CUERPO GRITA… 
LO QUE LA BOCA CALLA

“La enfermedad es un conflicto 
entre la personalidad y el alma” 
Bach

Muchas veces…

* El resfrío “chorrea” cuando el cuerpo no llora.

* El dolor de garganta “tapona” cuando no es posible comunicar las aflicciones.

* El estómago “arde” cuando las rabias no consiguen salir.

* La diabetes “invade” cuando la soledad duele.

* El cuerpo “engorda” cuando la insatisfacción aprieta.

* El dolor de cabeza “deprime” cuando las dudas aumentan.

* El corazón “afloja” cuando el sentido de la vida parece terminar.

* La alergia “aparece” cuando el perfeccionismo está intolerable.

* Las unas se “quiebran” cuando las defensas están amenazadas.

* El pecho “aprieta” cuando el orgullo esclaviza.

* La presión “sube” cuando el miedo aprisiona.

* Las neurosis “paralizan” cuando el niño interior tiraniza.

* La fiebre “calienta” cuando las defensas explotan las fronteras de la inmunidad.

* Las rodillas “duelen” cuando tu orgullo no se doblega.

* El cáncer “mata” cuando te cansas de “vivir”.

Y tus dolores callados ¿cómo hablan en tu cuerpo?

La enfermedad no es mala, te avisa de que estás equivocándote de camino.

El camino a la felicidad no es recto, existen curvas llamadas EQUIVOCACIONES, existen semáforos llamados AMIGOS, luces de precaución llamada FAMILIA, y todo se logra si tienes: unas llantas de repuesto llamadas DECISIÓN, un potente motor llamado AMOR, un buen seguro llamado FE, abundante combustible llamado PACIENCIA, pero sobre todo un experto conductor llamado DIOS.

PIDE AYUDA, NO CALLES, ESCUCHA TU CUERPO, ACEPTA Y SOLUCIONA…

LA VIDA ES FELICIDAD, VÍVELA CON AMOR DEJÁNDOLA FLUIR SIN ENGANCHARTE AL SUFRIMIENTO.

Desconozco el Autor


© Fran S

EL CÍRCULO DEL 99...





 El Círculo del 99 
 
Había una vez un rey muy triste que tenía un sirviente, que como todo sirviente de rey triste, era muy feliz.

Todas las mañanas llegaba a traer el desayuno y despertaba al rey cantando y tarareando alegres canciones.

Una sonrisa se dibujaba en su distendida cara y su actitud para con la vida era siempre serena y alegre.

Un día el rey lo mandó a llamar:

- Sirviente – le dijo – ¿cuál es el secreto?

- ¿Qué secreto, Majestad?

- ¿Cuál es el secreto de tu alegría?

- No hay ningún secreto, Alteza.

- No me mientas, sirviente. He mandado a cortar cabezas por ofensas menores que una mentira.

- No le miento, Alteza, no guardo ningún secreto.

- ¿Por qué está siempre alegre y feliz? ¿eh? ¿Por qué?

- Majestad, no tengo razones para estar triste. Su Alteza me honra permitiéndome atenderlo. Tengo mi esposa y mis hijos viviendo en la casa que la Corte nos ha asignado, somos vestidos y alimentados y además su Alteza me premia de vez en cuando con algunas monedas para darnos algunos gustos, ¿cómo no estar feliz?

- Si no me dices ya mismo el secreto, te haré decapitar – dijo el rey –. Nadie puede ser feliz por esas razones que has dado.

- Pero, Majestad, no hay secreto. Nada me gustaría más que complacerlo, pero no hay nada que yo esté ocultando...

- Vete, ¡vete antes de que llame al verdugo!

El sirviente sonrió, hizo una reverencia y salió de la habitación. El rey estaba como loco. No consiguió explicarse cómo el sirviente estaba feliz viviendo de prestado, usando ropa usada y alimentándose de las sobras de los cortesanos. Cuando se calmó, llamó al más sabio de sus asesores y le contó su conversación de la mañana.

- ¿Por qué él es feliz?

- Ah, Majestad, lo que sucede es que él está fuera del círculo.

- ¿Fuera del círculo?

- Así es.

- ¿Y eso es lo que lo hace feliz?

- No Majestad, eso es lo que no lo hace infeliz.

- A ver si entiendo, estar en el círculo te hace infeliz.

- Así es.

- ¿Y cómo salió?

- ¡Nunca entró!

- ¿Qué círculo es ese?

- El círculo del 99.

- Verdaderamente, no te entiendo nada – dijo el Rey –.

- La única manera para que entendieras, sería mostrártelo en los hechos.

- ¿Cómo?

- Haciendo entrar a tu sirviente en el círculo.

- Eso, ¡¡¡obliguémoslo a entrar!!!

- No, Alteza, nadie puede obligar a nadie a entrar en el círculo.

- Entonces habrá que engañarlo.

- No hace falta, Su Majestad. Si le damos la oportunidad, él entrará solo en el círculo.

- ¿Pero él no se dará cuenta de que eso es su infelicidad?

- Sí, se dará cuenta.

- Entonces no entrará.

- No lo podrá evitar.

- ¿Dices que él se dará cuenta de la infelicidad que le causará entrar en ese ridículo círculo, y de todos modos entrará en él y no podrá salir?

- Tal cual. Majestad, ¿estás dispuesto a perder un excelente sirviente para poder entender la estructura del círculo?

- Sí

- Bien, esta noche te pasaré a buscar. Debes tener preparada una bolsa de cuero con 99 monedas de oro, ni una más ni una menos. ¡99!

- ¿Qué más? ¿Llevo los guardias por si acaso?

- Nada más que la bolsa de cuero. Majestad, hasta la noche.

- Hasta la noche.

Así fue. Esa noche, el sabio pasó a buscar al rey. Juntos se escurrieron hasta los patios del palacio y se ocultaron junto a la casa del sirviente.


 Allí esperaron el alba. Cuando dentro de la casa se encendió la primera vela, el hombre sabio agarró la bolsa y le pinchó un papel que decía: "Este tesoro es tuyo. Es el premio por ser un buen hombre. Disfrútalo y no cuentes a nadie cómo lo encontraste". Luego ató la bolsa con el papel en la puerta del sirviente, golpeó y volvió a esconderse. Cuando el sirviente salió, el sabio y el rey espiaban desde atrás de unas matas lo que sucedía. El sirviente vio la bolsa, leyó el papel, agitó la bolsa y al escuchar el sonido metálico se estremeció, apretó la bolsa contra el pecho, miró hacia todos lados de la puerta y entró a su hogar. El rey y el sabio se arrimaron a la ventana para ver la escena. El sirviente ingresó presuroso a su hogar y con su brazo arrojó al piso todo lo que había sobre la mesa dejado sólo la vela. Se sentó y vació el contenido de la bolsa... Sus ojos no podían creer lo que veían. ¡Era una montaña de monedas de oro! ¡Él, que nunca había tocado una de estas monedas, tenía hoy una montaña de ellas!

El sirviente las tocaba y amontonaba, las acariciaba y hacía brillar a la luz de la vela. Las juntaba y desparramaba, hacía pilas de monedas. Así, jugando y jugando empezó a hacer pilas de 10 monedas. Una pila de diez, dos pilas de diez, tres pilas, cuatro, cinco, seis... y mientras sumaba 10, 20,30, 40, 50, 60... hasta que formó la última pila: 9 monedas.

Su mirada recorrió la mesa primero, buscando una moneda más. Luego el piso y finalmente la bolsa.

- No puede ser –, pensó. Puso la última pila al lado de las otras y confirmó que era más baja.

- Me robaron – gritó – me robaron, ¡malditos!

Una vez más buscó en la mesa, en el piso, en la bolsa, en sus ropas, vació sus bolsillos, corrió los muebles, pero no encontró lo que buscaba. Sobre la mesa, como burlándose de él, una montañita resplandeciente le recordaba que había 99 monedas de oro "sólo 99".

- 99 monedas. Es mucho dinero –, pensó –. Pero me falta una moneda.

Noventa y nueve no es un número completo – pensaba – Cien es un número completo pero noventa y nueve, no.

El rey y su asesor miraban por la ventana. La cara del sirviente ya no era la misma, estaba con el ceño fruncido y los rasgos tiesos, los ojos se habían vuelto pequeños y arrugados y la boca mostraba un horrible rictus, por el que se asomaban los dientes. El sirviente guardó las monedas en la bolsa y mirando para todos lados para ver si alguien de la casa lo veía, escondió la bolsa entre la leña. Luego tomó papel y pluma y se sentó a hacer cálculos. ¿Cuánto tiempo tendría que ahorrar el sirviente para comprar su moneda número cien? Todo el tiempo hablaba solo, en voz alta. Estaba dispuesto a trabajar duro hasta conseguirla. Después quizás no necesitara trabajar más.

Con cien monedas de oro, un hombre puede dejar de trabajar. Con cien monedas de oro un hombre es rico. Con cien monedas se puede vivir tranquilo. Sacó el cálculo. Si trabajaba y ahorraba su salario y algún dinero extra que recibía, en once o doce años juntaría lo necesario.

- Doce años es mucho tiempo –, pensó –. Quizás pudiera pedirle a su esposa que buscara trabajo en el pueblo por un tiempo. Y él mismo, después de todo, él terminaba su tarea en palacio a las cinco de la tarde, podría trabajar hasta la noche y recibir alguna paga extra por ello. Sacó las cuentas: sumando su trabajo en el pueblo y el de su esposa, en siete años reuniría el dinero. ¡Era demasiado tiempo! Quizás pudiera llevar al pueblo lo que quedaba de comidas todas las noches y venderlo por unas monedas. De hecho, cuanto menos comieran, más comida habría para vender...Vender... Vender... Estaba haciendo calor. ¿Para qué tanta ropa de invierno? ¿Para qué más de un par de zapatos? Era un sacrificio, pero en cuatro años de sacrificios llegaría a su moneda cien.

El rey y el sabio, volvieron al palacio. El sirviente había entrado en el círculo del 99...

Durante los siguientes meses, el sirviente siguió sus planes tal como se le ocurrieron aquella noche. Una mañana, el sirviente entró a la alcoba real golpeando las puertas, refunfuñando de pocas pulgas.

- ¿Qué te pasa? – preguntó el rey de buen modo.

- Nada me pasa, nada me pasa.

- Antes, no hace mucho, reías y cantabas todo el tiempo.

- Hago mi trabajo, ¿no? ¿Qué querría su Alteza, que fuera su bufón y su juglar también?

No pasó mucho tiempo antes de que el rey despidiera al sirviente.

No era agradable tener un sirviente que estuviera siempre de mal humor...

Comentario del autor del Cuento:
Vos y yo y todos nosotros hemos sido educados en esta estúpida ideología:

Siempre nos falta algo para estar completos, y sólo completos se puede gozar de lo que se tiene. Por lo tanto, nos enseñaron, la felicidad deberá esperar a completar lo que falta... Y como siempre nos falta algo, la idea retoma el comienzo y nunca se puede gozar de la vida. Pero qué pasaría si la iluminación llegara a nuestras vidas y nos diéramos cuenta, así, de golpe, que nuestras 99 monedas son el cien por ciento del tesoro, que no nos falta nada, que nadie se quedó con lo nuestro, que nada tiene de más redondo cien que noventa y nueve, que todo es sólo una trampa, puesta frente a nosotros para que quedemos cansados, malhumorados, infelices o resignados. Una trampa para que todo siga igual... "... cuántas cosas cambiarían si pudiéramos disfrutar de nuestros tesoros tal como están..." 

Desconozco el autor

© Fran S